#OPINIÓN Los Diarios de la Zía Nona:  La Pausa sin Pausa (Parte XXXV) #29Ene

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A la Nonna Carmen “Doña Quijano” y su “Sancha Pansa” Paula. 

“De vez en cuando hay que hacer una pausa,

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contemplarse a sí mismo, sin la fruición cotidiana,

examinar el pasado, rubro por rubro,

etapa por etapa, baldosa por baldosa,

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y no llorarse las mentiras,

sino cantarse las verdades”.

Mario Benedetti.

  • Con Pausa

Hice pausa y me puse a recordar a mis tíos. Tío Carlos Morales, (el Teniente Coronel) quien, como ilustre andino, en misa de gallo, me metió en la cabeza que para escupir dulce, hay que tragar amargo. No pude entender mejor lección de vida. A mi Tío Herman Perger, a quien debo mis lecturas seglares del Pentateuco y los proverbios ya depuestos de la Santa Biblia, los que pulía bajo una chimenea en su casa del Junco C. C., sitiado de campos de Golf, de mis primas Betty, Evelia, Elizabeth, Tía Evelia y abuelita Liliana, que lloró emocionada, cuando en televisión vio al cosmonauta Neil Armstrong pisar La Luna, y comentar… “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

Como una rutina que detalla y golpea en buena medida, la pausa, es de ese germen que consiente la paciencia, donde la confusión, no tiene la suya. A diario, se necesita hacer una pausa. Sin ella, la continuidad de los eventos anárquicos, podría desaparecernos.

Me esfuerzo en la misma ofuscación, luego de delirar y presentir que permanezco en un estuche de tiempo, una caverna donde espacio, contexto y absurdo, son una suerte de Genoveva de Brabante. La hermosa Santa dispersando sus cabellos en el travieso gesto seductor de una pitonisa. Divulgado en el melindre de famosos cabellos, uno, a la pausa de la faringe en la que medito, lo salvaje de la circunstancia, hasta mi residente desconcierto.

  • Sin Pausa

La jornada reluce entre matices, nada prometedores. No hay manera de imprimir el encargo. De aislar el inconveniente mundial, encuadrado en la esférica nostalgia. Allí donde el carácter invoca el papel diario, pueblan los tártaros. Carestía, sisas, crímenes, ilegalidad, pobreza, dictadura, filas, van por todo lado. Anarquía y desganos que, entre desesperanzas y preocupaciones, no precisan argumentos para la pausa.

Suena el celular y me levanto mecánico. Cumple el sobrino, y tengo que encargarme de la recordación de mamá. Pero no aprendo donde guardo qué ha sido de mí, quién es el cavernícola que gobierna el territorio que, una vez fue terreno libre. El café no está puesto en el termo, y sabemos que hay mala leche, pero de lácticos, nada que ver, y de los abastos, ni hablar del peluquín. Decido que poco es superior que hacer deporte de integridad. No obstante, lo único que puedo ejercitar, es no caer en la obediencia de la rabia. La apariencia y el ocio, van y vienen, con la desolación del foso oculto. Y el régimen, cardinal organizador de lo excrementoso, nos retiene la ñoña, con el agravante de no abastecer de papel toilette. Para colmo, el elevador dañado. Bajo la escalinata hasta el sótano, entre carcomidas paredes. La gente está tan desconchada, como el muro. Me río, ante el hecho que nada me hace gracia. Prendo el carro, caliento la máquina, y llega la pausa, en la que toda resulta, es un despido, hacia la incertidumbre. Enfrente, justo al cruzar el portón de salida, leo un cartel hacia la victoria siempre, que viva la revolución y en mi cálculo, hay el espejo de un engaño que se profundiza, en una lánguida, soporífera y obscura, pausa sin pausa.

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