#OPINIÓN Diarios de Porlamar: El Vagamundos (Parte 11) #18Mar

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 “Pocos ven lo que somos, 

pero todos ven lo que aparentamos”.

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Maquiavelo

En un sistema binario, en la frontera de Rigil Kent, constelación Alfa Centauro, un imperio civilizador propugnaba desde una corte intergaláctica, el futuro de aquél laboratorio viviente que se había fundado en un vecino sistema solar, a sólo 4,5 años luz de distancia, y a 2,5 millones de años atrás, cuando el primer antropoide fue dejado sobre el planeta, con atmósfera oxidante, abundante agua y extensa emulsión de sustancias conocidas en la nebulosa de la vía láctea; un mundo único y glorioso, por mantener vida orgánica propia e inteligente, conocido galácticamente, como La Tierra.

Para cuando se manifestó el homínido terráqueo tardío: pluviosa, deslucida, plagada de larvas voladoras y rastreras y seres vivos de diversas morfologías, el espacio cocido, fue ese insólito cómplice con el que un primogénito homo sapiens, robustecía su precinto de peregrino espacial. Su huella perniciosa debía ser extirpada de raíz.

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El interventor delegado, encarnaba el modelo específico de sus sentidos y su estigma físico, incluso en la sublimación transitiva como lógico lucro de un género exótico, desvío alterno desde los confines del espacio-tiempo. El modo riguroso de intérprete (por el hecho de asimilar lo sapiens), velaba en su objetivo, dispersar la línea hostil y auto destructiva del hombre, consecuencia de la casta alienígena fabricada y su inviable asociación terrícola.

El ejecutor sideral provino de Rigel Kent transportado a través de puentes negros de materia de un mundo tenue y misterioso, desde la galaxia Centauro. Así, lo hizo desde el albor de las épocas hasta el actual planeta índigo, donde las metrópolis contienden, la privación, sed de poder y riqueza suspendida trasfundían el sentido común y la cruda y cruel pudrición climática y las pandemias sonaban el terrible cuerno del apocalipsis terrícola. El transeúnte astral invadía el terreno moteado como el destructor de sapiens y nadie excepto los esclarecidos o iluminados podrían perturbar su invariable patrón de verdugo, implacable y determinado.

Brotó en el tráfico instintivo, sin urgir de ciertos ciclos para revivir. El infinito había ejercitado sus fronteras, la fachada solitaria curtía el sino de la muda, la raza quedó nula antes de desvanecerse la eficacia que aun tutelaba el original ecosistema terrícola antes de la repatriación. El encargo sería pugnar su carácter de ejecutor sideral, el más aterrador apunte que el hombre hubiera presenciado antes del fin de sus tiempos.

Pobló con magistral verbo las mamparas del globo, logró la ubicuidad que acaso la cuántica admite al que surge del halo lejano de lo extraterrestre. Su ferocidad provenía de espacios eternos, el dictamen del pronóstico de lo natural. Solo era operador del veredicto donde una casta universal y curadora había asumido, para preservar la diversidad biológica (extraña en el universo, tal vez no en el multiverso cuántico) que solo el planeta investía en la nebulosa láctea, esa reserva que ninguna otra especie tendría derecho a sufrir, por esa profana obstinación de incompatibilidad accidental.

El día final destiló como gota de frescor en la nube; agenció valles, mares, serranías, ascendió cordilleras, plantó abismos, rodeó capitales, revolvió naciones y como centella de Olimpo, cayó sobre la humanidad en la faz planetaria, por esa indecorosa influencia de la especie sapiens y por aquella propuesta comprobada de la selección natural darwiniana…

La esfera regresó a poblarse de verde. La naturaleza respiró la nueva alborada y las especies del mundo vibraron con los hados sin estar al corriente que del firmamento había llegado un regidor que cumplió con arrasar la peor plaga que haya recibido el cosmos y acabar el propósito que preparó cuando por primera vez, los creadores de Centauro esparcieron el origen antropogénico sobre la faz del globo, para que así el descuido de su historia y el descuido cósmico de las edades, sepultaran en la oscuridad, la decepcionante actuación de su infortunada ferocidad y barbarie, como si nunca hubiera existido…

MAFC

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