Estados Unidos – como toda nación – tiene un sector de gente que siempre busca “culpables” de sus propias carencias; y se anota en opciones políticas fanáticas, divisionistas y excluyentes que reflejan sus complejos y resentimientos.
Esa gente existe desde siempre y ha tenido distintas expresiones políticas en aquel país – desde quienes en el siglo 19 se llamaban “Know-Nothing” (“No saben nada”) hasta los nazis y comunistas del siglo 20, sin hablar del Ku Klux Klan y otros extremos.
El problema surge donde tales segmentos – normalmente minoritarios – se hacen mayoría, frecuentemente estimulados por algún irresponsable demagogo ante un creciente rechazo al “status quo”.
Pero donde hay bases institucionales sólidas y arraigadas, y grandes mayorías inclinadas a la convivencia cívica, esas aberraciones suelen superarse y asimilarse en el tiempo, con tendencias pendulares a lo largo de la historia.
En Estados Unidos una amplia y variada red judicial independiente sirve hoy de freno a los excesos de un poder ejecutivo autoritario que se apoya en su mayoría en la rama legislativa.
Apenas quedan 19 cortos meses para nuevas elecciones parciales para renovar la totalidad de la Cámara Baja, un tercio del Senado, múltiples gobernaciones y otros cargos. Una combinación que puede revertir radicalmente la baraja del poder en muy poco tiempo.
La actual administración en Washington debe saber que su apuesta por osadas iniciativas – mayormente gestuales – debe dar frutos tangibles y palpables para el gran público en un muy corto lapso, a riesgo de perder todo en las elecciones parciales.
La perturbación, repulsa y angustia que ocasiona la creciente vulgaridad, infantil petulancia y abusiva torpeza que hoy emana de la Casa Blanca – más el sensacionalismo de los medios – lleva a que muchos simplifiquen el actual caso norteamericano, formulando estrambóticas y a veces histéricas comparaciones con regímenes totalitarios de otras latitudes y tiempos.
Pero un viejo refrán anglosajón dice que: “Mientras más grande seas más dura es la caída”. Al hoy mandatario le esperan muchos en lo que en Venezuela se llama “la bajadita”: No solo rivales demócratas, sino muchos republicanos desplazados por su actual liderazgo que se unirán al festín del árbol caído ante una pérdida estrepitosa de popularidad.
Así es que un detallado conocimiento del panorama norteamericano induce a pensar que – al margen del tremendismo sensacionalista – los aberrantes episodios de la actualidad podrían tener menos impacto histórico que un efímero gas dentro de un muy criollo chinchorro.
Chinchorro = Hamaca
Antonio A. Herrera-Vaillant