En mensaje dirigido a todos los venezolanos y no sólo a sus fieles, a ser “Constructores de Paz en Justicia y Libertad” nos convocan los obispos de la Iglesia Católica de nuestro país, reunidos en su Asamblea Plenaria Ordinaria número ciento veinticuatro. Su Exhortación Pastoral del pasado 11 de Julio se inscribe en una ya larga tradición de guía a la sociedad, de mirada atenta a la realidad nacional desde la perspectiva de la doctrina. Testimonio de esa permanencia son los libros Compañeros de Camino con cartas, instrucciones y mensajes que viene publicando, con documentos desde 1958 con independencia de quienes gobernaran.
Alerta a la coyuntura, pero nunca circunstancial, promotora del encuentro, pero nunca acomodaticia, la palabra episcopal nos ofrece luz para la marcha en un camino frecuentemente accidentado, con trechos más oscuros y a veces confusos. No receta, guía. No ordena, aconseja. Respeta la libertad de cada uno mientras nos recuerda orientaciones fundadas en valores que son permanentes.
El mensaje es sereno en su valentía y valiente en su serenidad. La premisa que nos propone es sencilla y clara: “Para que en nuestras comunidades y en nuestro país reine la paz y podamos convivir y crecer como hermanos, es necesario que prevalezcan la justicia y la libertad”. “Hermanos todos” nos decía Francisco en su encíclica de hace cinco años porque “Todos estamos involucrados en la construcción de un mundo mejor”. Y San Pablo VI lo resumía en su carta sobre el progreso de los pueblos de 1967: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, desarrollo concebido como integral, de toda la persona y de todas las personas, avance hacia un nivel más humano de vida. O con nuestro Andrés Eloy en su Coloquio bajo la Palma, “amar lo libre en el ser humano” que culmina en oración “A Dios, que me dé tormentos/A Dios que me dé quebrantos/pero que no me dé un hijo/de corazón solitario.” Porque la solidaridad es voluntad libre que busca lo justo.
Y allí viene un planteamiento de toda lógica: “…las instituciones del Estado deben garantizar la libertad de expresión como derecho humano fundamental que debe ser respetado, acogido y correspondido. En una sociedad donde imperan la justicia y la libertad las expresiones de descontento y desacuerdo son escuchadas y atendidas. Solo así se puede perfeccionar la calidad de la convivencia humana y el nivel del orden social y político.” León XIV ha llamado a los gobernantes del mundo a tener “el valor de realizar gestos de distensión y de diálogo”.
Se invoca el Espíritu cristiano en la procura de ser cada día más capaces “de contribuir con la renovación espiritual, moral, social y política de nuestro país” en un “…reencuentro de todos los venezolanos con nuestra propia realidad histórica, con el fin de que transitemos caminos que nos lleven a la verdad, de la que nos hemos apartado.”
Ya lo decía un sabio sin aspavientos, Enrique Pérez Olivares, “El verdadero motor de la historia es la participación”. Innecesario es repetir el diagnóstico de los males que padecemos, en cambio, sí es necesario insistir en que las soluciones nuevas que la realidad exige podremos lograrlas con la participación de todos. Para hacerla posible, de modo que sea realista aspirar a sacar provecho al máximo de sus potencialidades, es imprescindible el diálogo auténtico. Ese diálogo entre nosotros desprestigiado en la frustración causada por intransigencias e imposturas. Aquel al que nos invitaba Francisco en 2024 “a todas las partes a buscar la verdad, a ejercer la moderación, a evitar cualquier tipo de violencia, a solucionar los conflictos a través del diálogo”.
Este año 2025, en el que José Gregorio y Madre Carmen, dos venezolanos, son canonizados en reconocimiento a las virtudes de su vida, entre las que destaca la generosa entrega en la caridad. Un hombre y una mujer, un seglar y una religiosa, médico él y monja ella, “reflejos vivos de nuestra realidad humana” dicen los obispos, “con quienes nos identificamos y en quienes se manifiesta la verdadera imagen del venezolano”. La santidad, reza la Exhortación, “ideal de vida personal y comunitario” nos inspira, aquí y ahora, en los afanes de nuestra existencia concreta, “a vivir al servicio de los más nobles ideales y valores humanos, la promoción y defensa de la dignidad de la persona y el compromiso con el bien común”. Que nos sirvan de ejemplo y estímulo para, en medio de nuestras imperfecciones y carencias, ser cada vez mejores.
Ramón Guillermo Aveledo