La vida política venezolana parece estar en una fase de tedio y desgano entre un gobierno sin ánimos ni futuro y una oposición que luce despistada y flotando en el espacio.
No cabe duda de que todo eso que se inició hace un cuarto de siglo con ciertos bríos y entusiasmo se ha quedado sin fuelle ni aliento.
Al inicio existió un caudillo carismático que encendió entusiasmos y pasiones, tanto favorables como negativas, y que prometió recrear una nación con nuevos horizontes. Pero todo aquel show quedó sepultado con él.
Ahora apenas quedan el cansancio y el hastío, las frases y consignas gastadas y repetidas, y una triste y cansona realidad que tan solo resume, subraya y multiplica exponencialmente todos los males que han afligido a la sociedad venezolana durante toda su existencia.
Lo único que queda es la torpe, sórdida y rutinaria represión que ahoga todo aquello que el mediocre y aburrido cogollo reinante considera que puede estorbar su monopolio del poder y el latrocinio organizado que son sus únicos intereses.
Por su parte la oposición parece haber agotado todos los recursos que pudiesen conducir a una transición pacífica, constitucional, y electoral. Se encuentra ante una encrucijada sin mapa ni claro horizonte, más allá de la esperanza de algún hecho fortuito – interno o externo – que mueva el tablero en Venezuela.
Una gran parte de la gente de pro de toda sociedad se ha ido – y si no se ha ido físicamente está anímicamente exiliada. Con salir a cualquier calle se siente la ausencia de la mayor parte de una juventud emprendedora, creadora y dinámica.
En toda la geografía parece imponerse una especie de calma, triste y tediosa, repleta de carencias y frustraciones, donde cada día se parece a otro, con la única distracción en nimiedades cotidianas de medios sociales donde cada minuto aparece una estrella.
Pero debajo de toda esa monotonía y bajo la apariencia de resignación se encuentra un profundo mar de fondo en el ánimo colectivo de un pueblo que se sabe profundamente herido, desilusionado, burlado, engañado, y robado de toda esperanza.
Y quien conozca de mar sabe que la absoluta falta de viento, sin percibirse un soplo, y la plena tranquilidad es apenas temporal – y que aguas tan aparentemente serenas y resignadas ocultan poderosas corrientes que no suelen verse a simple vista.
Todo esto flota sobre aguas que en el momento menos esperado se pueden tornar desde la más sofocante calma chicha a formidables tormentas que sin menor aviso pueden llevarse todo aquello que encuentran a su paso dentro de semejante mar de infelicidad.
Antonio A. Herrera-Vaillant