Venezuela hoy flota en una peculiar realidad en medio de un mundo convulsionado. Su soledad es abrumadora. Ninguno de los presuntos socios del régimen está en condiciones de tirarle un cabo suficiente para salir adelante.
Las recientes experiencias con Irán demostraron que Rusia y China solo velan por sus propios intereses y en cualquier sacudón la respuesta predecible es pura conmiseración gestual. China, como es de esperarse, ni les da crédito ni les vende fiado. Irán quedó emasculado por ahora.
Solo les queda un parasitario castrismo que se hunde cada día más en su tenebrosa haitianizacion, Petro empantanado en una nauseabunda irracionalidad, Lula poniendo cada vez más distancia con esta gastada pandilla, y la Sheinbaum concentrada en afrontar los gélidos y variables vientos que le soplan del Norte.
¿Queda algo más? Apenas el inevitable coro de Evo, Correa, Ortega y otras menudencias políticas que corren sueltas por el mundo.
El problema fundamental del gobierno es que es intrínsecamente improductivo, incompetente y sin perspectivas de futuro, regido por las mediocres e improvisadas adherencias de un caudillo cuyo recuerdo va desapareciendo entre las brumas de la historia.
Sus bases de apoyo continúan mermando diariamente, se les va cerrando la válvula de escape de la migración masiva, no hay atisbos de capital fresco para revivir la comatosa industria petrolera, y se avizoran abundantes perspectivas de un aún más severo ostracismo económico.
¿Qué puede esperarse en semejante situación? ¿Una progresiva contención al estilo cubano? Acá nunca hubo la disciplina o profundidad ideológica represiva de aquella experiencia sino una desenfrenada y constante corrupción.
En Venezuela persiste una arraigada tradición libertaria que se ha transformado en mayoría creciente e inclementemente resistida a todos los embates y seducciones de una minúscula camarilla delictiva.
Semejante marasmo es campo de cultivo idóneo para un eventual efecto mariposa que sorpresivamente desencadene todas las frustraciones y amarguras reprimidas en esta sociedad por más de un cuarto de siglo.
Quizás el creador del malhadado “proceso” previó una heroica culminación personal, pero sus rémoras mal pueden prever otro final que no sea semejante a sus propios innobles y cobardes prontuarios.
Lo más previsible es que cuando menos se espere sobrevengan en cascada una serie de elementos que pongan punto final a las incoherencias de todos esos que cacarean palabras como “Dignidad”, “soberanía”, “respeto”, e “ independencia”: cuyo significado real absolutamente desconocen.
Antonio A. Herrera-Vaillant