#OPINIÓN El divive o jacho: Techumbre campesina del semiárido larense venezolano #22Sep

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Nos dice el maestro guitarrista Alirio Díaz en su hermosa autobiografía de su niñez en el caserío La Candelaria, situado a 30 kilómetros al oeste de Carora, titulada bellamente Al divisar el humo de la aldea nativa (1984) que “El divive (el cual no tiene nada que ver con el dividive, árbol) al que en otras zonas del Estado Lara llaman también jacho, pero del que aún no he encontrado en mis investigaciones ningún estudio en que se hable de tan importante elemento de techumbre rural. El divive- ¿voz de nuestros antepasados africanos o indígenas? – era el nombre que se daba a la nervadura, resecada y resistente, del cardón de dato, era una de las plantas vitales de la zona. Cada nervio, o fibra, de una longitud que variaba según la altura del cardón, se limpiaba, se separaba y hacinaba hasta formar los montones indispensables para el techo. Sobre éste, ya listo con el varillaje, se ataba el divive con fibras secas de cují. El material era de extraordinaria solidez, pues soportaba bien los tremendos aguaceros, los embates del viento, temblores, y el fuego calcinante de nuestro sol tropical.” 

Esta notable y precisa descripción de Alirio Díaz tiene mucho que ver con su casa de habitación, ubicada allá en La Candelaria, aldea rural del semiárido en la que nació el genio de la guitarra en 1923, que mostramos en la fotografía anexa. Es una arquitectura campesina adaptada a los medios secos y xerofíticos de los Estados Lara y Falcón venezolanos, pues de allí se extraen los materiales constructivos para edificar un ambiente propicio y agradable para los seres humanos por su frescura. Esta residencia del Maestro universal de la guitarra está desolada en los días que corren y ha sufrido un deterioro notable que debe ser corregido antes de que sea demasiado tarde, me comunica con cierta angustia su sobrina Haydée Álvarez Díaz de Barrios. La techumbre de divive debe ser reparada a la brevedad posible, y para tales efectos contratar a los ancianos conocedores de esta primitiva técnica aborigen o negroide que aún sobreviven en la llamada Otra Banda de Carora. Alirio Díaz siempre cuidó de que no se modificara la estructura original de su casa, la que compartió con once hermanos, su madre, su papá, y a la que visitó regularmente mientras vivió en Europa hasta muy entrado en edad.  

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La casa típica popular larense

El sabio larense Francisco Tamayo nos habla de las casas típicas populares del Estado Lara, de los techos de “torta” que se hacen de una pasta de arcilla mesclada con paja picada, un techo de material vegetal, paredes de “jareque”, bahareque o “pajareque”, y piso de tierra. El techo varía de una a otra región, dice Tamayo, pues en la zona andina es de palma o tablillas, en la zona de los cañamelares el techo se fabrica con hojas secas de caña de azúcar, en la zona del erial lara-falconiano se usan hojas de cocuiza, madera joven del cardón de dato para fabricar el techo, una observación de Tamayo a la que no tuvo acceso el Maestro de la Guitarra candelarense. 

Tamayo agrega que las “enramadas” son una especie de cobertizo sin paredes, cubierto con ramas de cují, donde se coloca la Santa Cruz. Un carácter curioso del tipo de casa aquí descrito, agrega Tamayo, es la ausencia de materiales de hierro en la construcción, ya que no se emplean clavos, ni alambre, ni cerraduras, ni aldabas. Lo mismo sucede con la utilería familiar. La tierra y el vegetal proveen todos los elementos.

Estas curiosas casas de techo de “torta” aún perviven en el Municipio Torres del Estado Lara, Las Palmitas, cerca de Carora, nos dice Carlos Alberto Camacho. Se pueden observar en Las Cocuizas, Quediches, Los Arangues, y en San Francisco, parroquia Montes de Oca. La pasta de barro se liga con paja, cal, se tritura con los pies. Tiene que ser un barro especial y arcilloso, que si se extrae de mayor profundidad de la tierra es mejor, me comenta Pedro Álvarez en nuestra Oficina del Cronista del Municipio Torres. El jacho es una vara larga extraída del cardón y se emplea para hacer los techos de “torta” y para bajar datos, lefarias, “matejeas” o avisperos. 

Otra especie de “torta” se elabora, agrega Pedro Álvarez, con caña brava y cardón, concha de cují, se debe remojar por tres días. Hay arcillas que no congenian y secretamente se parten. Las fases de la Luna influyen en la calidad de la mezcla, la cual de ninguna manera se debe hacer en días lluviosos, pues “no cuaja”. Cuando hay calor ambiente la casa de “torta” es fría, y cuando hace frío la casa se calienta, una curiosa paradoja que nos ofrece el semiárido occidental venezolano.

En el caserío Los Arangues, vía Panamericana, vive un conocedor de esta primitiva técnica y se llama Mario Pérez, quien construye casas de adobe, techo de “torta”, paredes adornadas con vidrios de diversos colores, bases de piedra, madera de tela de uña que sustituye a la caña brava. En San Pedro Caliente, lugar de los famosos loceros, la familia Carrasco conoce la técnica de los techos de “torta”.

El materialismo cultural

 Después de estas apreciaciones sobre el modo de vida y las casas del semiárido venezolano, pasemos a considerar las observaciones realizadas por el antropólogo estadounidense Marvin Harris, quien realizó estudios de campo en el Gran Sertao brasileño, Estado de Bahía, entre 1950 y 1960. Observó el creador del “materialismo cultural” cómo las viviendas, la organización social, las prácticas agrícolas y pecuarias están profundamente influenciadas por el clima árido y la escasez de recursos, una adaptación ecológica donde las casas son construidas con materiales locales y diseñadas para resistir el calor extremo y las lluvias irregulares, una economía de subsistencia, con prácticas agrícolas y pecuarias orientadas a maximizar la eficiencia en un entorno hostil, la organización social con unas relaciones familiares y comunitarias que reflejan estrategias de cooperación para sobrevivir en condiciones difíciles. Como hemos podido notar, las geografías adversas y difíciles de los semiáridos son las responsables de modos de vida similares y análogas en el nordeste brasileño y en el semiárido occidental venezolano. 

Estas semejanzas equivalentes, de geografías adversas, de climas difíciles y ásperos, han desarrollado deslumbrantes y magníficas manifestaciones socioculturales en Venezuela y Brasil.  En tal sentido podríamos entrever que el caserío del semiárido de La Candelaria desarrolló, en la primera mitad del siglo XX, con descendientes de negros africanos de las cofradías Del Montón de Carora, un comunitario y excepcional sentido melódico, una como telúrica musical cuya expresión más extraordinaria -una sociología del genio- ha sido el insigne Maestro Alirio Díaz. 

Luis Eduardo Cortés Riera

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