El presente régimen y su modelo político en el curso de sus largos años de existencia han creado una serie de universidades suyas, a su discreción gubernamental, sin mayores complicaciones para ellos y sus propósitos. La razón de esto es no contar para su discrecional manejo con las universidades autónomas establecidas en diversas regiones del País, con su propio sistema funcional, ajeno al pensar y actuar gubernamental. Ésta es una verdad objetiva y está en el fondo de la actual situación universitaria, con el profesorado, el estudiantado y los empleados en su gran mayoría hoy en unitaria manifestación de protesta y requerimientos reivindicativos, expresados esta vez, por agotamiento de largas esperas, en lo que ha sido una paralización académica y funcional indefinida, con variadas caminatas (hacia la Asamblea Nacional y otros lugares), clases magistrales, pupitrazos, ayunos y huelgas de hambre…
Aunque las autoridades gubernamentales aseguren que nada tienen contra estas universidades autónomas, que no son las suyas, sus muestras de apoyo a los justos requerimientos que se les hacen no son ni serán los que por tanto tiempo se han venido demandando razonadamente. Son muy sentidas reivindicaciones, todas cargadas de apremiante justicia, que ya no pueden esperar más en la caótica existencia personal e institucional. Envuelven lo académico, lo económico-vital, lo social-humano…
Ha habido en vano intentos de violencia para impedir o debilitar el propósito asumido por las universidades en manifestación. La fuerza de su poder unitario lo ha impedido. Mientras tanto, lo que se le ocurre decir a Nicolás Maduro, según la prensa, es que “la derecha universitaria ha tomado el camino del saboteo”, como si lo manifestado fuera una muestra fraccional y no nacional, subestimando todo su valor y el dramático efecto multiplicador que pudiera tener si no se le sabe tratar. Las familias venezolanas y otras tantas comunidades nuestras están demasiado cerca del sentir de todas esas universidades, para llegar con facilidad a la solidaridad por el señalado efecto multiplicador. Así debiera entenderlo un gobierno atinado.
Ojalá cuando este artículo sea publicado ya los caminos de acuerdo y entendimiento estén debidamente andados, y todas nuestras universidades afectadas ya de nuevo puedan seguir ofreciendo sus luces al futuro. La experiencia vivida con esta etapa de la crisis universitaria deja enseñanzas y reflexiones, tanto a las mismas universidades como al gobierno nacional, las primeras para fortalecer su autoridad y el segundo para aprender a gobernar mejor. Todas nuestras universidades son para los venezolanos una de sus mayores riquezas, que hay que cuidar, conservar y mejorar en todo su poderío integral, como fuentes de conocimientos y prácticas democráticas de excelencia y ejemplo de ciudadanía y futuro.
Crisis universitaria
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