El miedo es público.

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A estas alturas de nuestra vida, nos hemos convertido en expertos del miedo. Es opuesto a la valentía con que otros sueñan con el poder, la riqueza y la salud. Dícese que de todas las emociones que atormentan al hombre, el miedo es la cabeza de la gran familia de
la angustia, la timidez, la inquietud, el terror y la vulnerabilidad para romper el alma. Es una enfermedad mortal, tan poderosa que no solo afecta a los individuos, sino también a las sociedades. Por eso se convierte en un gran afán el librarse del miedo, quizás ha sido como el cable que tiempla la historia, una permanente búsqueda de la seguridad y, recíprocamente, el impuro deseo de imponerse a los demás aterrorizándolos. Hobbes descubrió en el miedo el origen del Estado. Maquiavelo enseño al príncipe que tenía que utilizar el temor para gobernar, hasta le hizo un manual de instrucciones. Estos dos pensadores coincidían en una cosa, a saber, que el miedo es la emoción política más potente y necesaria, la gran educadora de una sociedad indómita. Mientras que Spinoza advertía: El pueblo de Venezuela se ha volcado a la calle contra la tiranía del chavismo que quieren imponer los herederos del finado comandante golpista (Maduro, Cabello, Rodríguez, Isturiz y los narco generales). A pesar de la represión brutal de la policía nacional, la guardia nacional y los colectivos para militares, que han producido en menos de un mes, más de treinta muertos, mil heridos y un mil setecientos cincuenta detenidos, el bravo pueblo ha demostrado que la rebelde naturaleza humana rechaza esa táctica apaciguadora, y que no se resigna al miedo, ni a la repuesta de su condición animal de protegerse con la huida, la inamovilidad, o la sumisión. Por el contrario ha tenido que sobreponerse al temor, actuando como si no lo tuviera, como un valiente, no es el que no siente miedo, eso sería ser impávido, o ser insensible, sino que ya no le hace caso, actuando con el valor de mantener la energía, la gracia, la soltura, la ligereza,
aun estando bajo esa fuerte presión. Las personas han sido capaces de cabalgar sobre el tigre. Por eso asumimos como propio el consejo del Papa San Juan Pablo II, “no tengan el corazón roído, debilitado, vampirizado por el miedo” Hemos reaccionado tardíamente por lo churroso, hasta haber soportado diez y ocho años de destrucción sistemática de un país tan rico, pero el tiempo de Dios es perfecto, y es ahora, aunque pareciera que éste accionar ascendente pudiera
meternos en la obscuridad de un túnel, por no ver la inmediatez de una salida. ¿Quién no desearía ser valiente? Todos experimentamos una nostalgia de la intrepidez. Nos sentiríamos tan libres si no estuviéramos tan asustados. Pedirles a los jóvenes nos infundan ese coraje que les permite arriesgar hasta su propia vida, para liberarse de esta esclavitud, de una dictadura comunista. Hagamos pública y universal la protesta, y seremos recompensados con un cambio y
promisorio futuro.

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