Entre la angustia y la esperanza

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He oído mucho en estos días que la Navidad recientemente concluida fue la Navidad más triste que recordemos los venezolanos, por lo menos los venezolanos de mi generación y de las generaciones posteriores. En estos 19 años de “revolución bolivariana” ha habido navidades con paros cívicos, con militares protestando en la Plaza Altamira de Caracas, con persecuciones injustas, con presos políticos, con resultados electorales burlados, con incertidumbre sobre el futuro, con cierres de medios de comunicación social, sin justicia, con corrupción galopante, con moneda devaluada, con escuelas y hospitales en muy mal estado, con universidades deteriorándose por falta de recursos y un interminable etcétera.
Pero es que este año, a todo lo enumerado se debe agregar la tristeza que perdura por los jóvenes caídos en el año 2017. Más de 150 venezolanos, la mayoría jóvenes, murieron luchando por la libertad del país y eso no se olvida. Tanto el 24 como el 31 de diciembre no se me apartaban de mi mente aquellos héroes que ofrecieron su vida por Venezuela, no podía dejar de pensar en sus padres, hermanos y abuelos, sufriendo la arremetida fría e implacable de un régimen que no tiene en mente ningún sentido de humanidad, sino su permanencia en el poder. Cómo no van a ser tristes unas navidades que además de lo señalado, no pudimos celebrarlas como merece la venida del Salvador del mundo y nos encontramos con una desnutrición general de la población, especialmente de niños y ancianos, por falta de alimentos que al gobierno parece no importarle. Sin medicinas, lo que hace crecer la mortalidad infantil y al gobierno no le importa y el país continúa en caída libre. Fueron tristes las navidades porque los venezolanos acostumbrábamos a vivir con alegría desbordante este tiempo de esperanza y los niños recibían sus regalos alborozados. Las mesas familiares eran sitios de reencuentros. Este año hubo familias que nada pudieron ofrecerle a sus hijos en Navidad, ni siquiera los tradicionales platos navideños, no hubo cómo comprar los alimentos necesarios. El papa Francisco ha dicho que la situación de Venezuela es cada vez “más dramática y sin precedentes”. El ex ministro de planificación Ricardo Hausmann ha dicho que la situación de Venezuela está pasando de catastrófica a inimaginable. Esa es la realidad que vivimos.
Pero la alegría de la Navidad es más un estado del espíritu que del cuerpo y para los cristianos la alegría debe vivirse dentro de cada uno de nosotros, confiando que Dios nos dará mejores tiempos. Las angustias de hoy deben enseñarnos a cambiar nuestras vidas, porque quizás el exceso de placer en el pasado nos condujo a la situación que hoy vivimos. Ojalá hayamos aprendido que la vida debe vivirse sobria y templadamente con el único propósito de ser útil a nuestros semejantes. El gobierno perdió su rumbo y eso traerá sus consecuencias muy pronto. Esa es la esperanza.

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