LAS VOCES DE PENÉLOPE – EL TIEMPO DE ESTAR VIVOS

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“Sólo trajimos el tiempo de estar vivos/ entre el relámpago y el viento”, nos dice E. Montejo. Lo tomo prestado para aludir al compromiso de todos con el nuevo año. De todos depende que su agonía se transforme en esperanza, pues al margen de la vida personal de cada uno de nosotros, sepámoslo, querámoslo o no, sí tenemos que ver con la vida colectiva. Con las arbitrarias decisiones gubernamentales y con las de una oposición que forma parte o no, de una MUD que a veces grita y a veces pareciera muda. Con la campaña mediática oficial que quiere hacernos ver que no es verdad lo que estamos viendo y la actitud de las Iglesias y sus variadas formas de honrar a Dios y al poder, incluyendo las que hacen del temor al más allá, un negocio rentable en el más acá.
Con los desposeídos y con los enriquecidos de ayer u hoy; con los que se fueron y con los que se quedaron en el país; con los que creen en la democracia o juegan la carta del golpe y sus variantes. En fin, amigo lector, con usted y conmigo, que la vida nos toca a todos y el alma y el bolsillo han salido maltrechosa pesar del cuidado que hayamos puesto en el manejo de la vida y de la Navidad. Y con quienes formando parte de los sectores populares, no cuentan con misiones, ni dádivas, ni pensiones, salvo la más pura y limpia exclusión ejercida por sus vecinos militantes, convencidos de hacer patria excluyendo a acusados de venderla, en una cola de Mercal.
Sí. Con todos. De manera que no podemos insistir en el diálogo sin practicarlo. Hablar de tolerancia mientras acusamos a quienes no piensan como nosotros. Pensar que Dios está de un solo lado y el diablo del otro. O pedir silencio mientras gritamos. Dialogar  requiere de la misma disposición de quien dialoga con Dios en relación de igualdad y no de sumisión, tal como disposición a escuchar más que oír, control de los demonios internos y externos, respeto profundo al otro pero esencialmente respeto a sí mismo, pues si seguimos a Sartre en algunos de sus aciertos, diríamos que todo acto humano me compromete con la humanidad, incluso aquellos de los cuales soy testigo.
Viajar  para quien ama los viajes es no sólo confirmar las similitudes universales entre las sociedades y los seres humanos sino también en sus diferencias. Una de las que  redescubro y añoro una y otra vez, es la calidez de nuestra gente, a pesar de que el recibimiento de los empleados de migración en Maiquetía, se empeñen en contradecirlo. Sí, la calidez es una de nuestras mejores maneras de ser, en tirios y troyanos, en parlachines o silenciosos, bailarines o toros sentados, bebedores o sobrios, alegres o tristones, jefes o subordinados, en fin, que en muchos zapatos que pisan la calle, hay gente cálida. Aunque a veces se nos vayan las petacas en las pasiones políticas o las colas lo pongan en entredicho, el venezolano en general es amable y servicial y a la hora de las chiquiticas, es solidario incluso con el oponente, con el que le cae mal, pues dentro de sus valores está el no sentirse orgulloso por ser insolidario, mala gente o ser tomado por tal.
En fin, que hay muchas cosas buenas dentro y fuera de nosotros. Si bien las épocas de crisis generan estrés y ansiedad colectiva, habría que preguntarse hasta qué punto la actitud con que las tomamos contribuyen a aumentar o amortizar su incidencia en nuestra vida personal, lo cual incide a su vez en el devenir colectivo. No tiene sentido repetir que estamos mal si no hacemos nada para estar mejor, al menos en el espacio personal en que cada uno se mueve. Hay familias, parejas y grupos  que provocan en los demás ansiedad y rechazo, por cuanto son incapaces no sólo de reconocer la existencia y valor del Otro, sino la belleza de la vida que sigue estando ahí o de sonreír o reírse porque sí, porque provoca así sin más. Al conectarnos con lo mejor de nosotros -y vaya que sí hay zonas hermosas en la gran mayoría de integrantes de esta sociedad que hoy luce contradictoria e irreflexiva por impulsiva- mejoramos el entorno social y familiar.
Y antes de que esto parezca una sesión de autoayuda, cierro a manera de regalo con otro fragmento de “Lo Nuestro”, poema de Eugenio Montejo: “”Tuyo es el tacto de las manos, no las manos;/ la luz llenándote los ojos, no los ojos;/acaso un árbol, un pájaro que mires,/ lo demás es ajeno./ Cuanto la tierra presta aquí se queda,/ es de la tierra.”

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