La vida es breve

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“siendo corta la vida,
es larga y difusa el arte de vivir”
Séneca

Una de las más grandiosas reflexiones sobre la brevedad de la existencia humana se la debemos al filosofo español Séneca, la cual se convirtió, siglos después, en el tema favorito del Siglo de Oro español. La cortedad de la vida es uno de los temas más recurrentes de mis meditaciones. Ello tras la trágica e inesperada muerte de mi hermano, Arnoldo, fatalidad que encontró cuando apenas cifraba los 30 años y un futuro promisor que fue cortado de un tajo. En el poblado llamado El Paradero sus alumnos esperaron su retorno infructuoso con libros y cuadernos abiertos aquel terrible año 1981.
En la historia ya de casi cinco siglos de Carora, la guadaña ha puesto prematuro fin a más de uno de nuestros coterráneos, hombres y mujeres, que eran cifradas esperanzas para un mundo por construir y hacer. A mi memoria llega de forma recurrente la imagen del Dr. Ezequiel Contreras, fulminado por una enfermedad en Valencia a los cortos 35 años de existencia, con lo cual se frustró su rutilante carrera política y su Colegio San Andrés. Y qué decir de nuestro epónimo, el General Pedro León torres, quien a los 34 años dio su vida en la batalla de Bomboná, Colombia. La memoria le ha hecho a Torres en la posteridad una mala jugada al colocarlo erróneamente en el Panteón Nacional. Esperan por su repatriación.
En mis años mozos asistí al bachillerato montesinista con un mozo gigantón y bueno, al que por una risueña ironía llamaban El Pajarito. Era una figura refulgente de nuestra otra religión, el beisbol. Un accidente aviatorio en 1969 acabó con esta ave, promesa del bate y la pelota. El Dr. Ildefonso Riera Aguinagalde le tocó vivir un siglo turbulento y caótico. Graduó de médico, pero puso al servicio del sable y las campañas militares el arte de Galeno. En apenas 60 años logró para la posteridad acuñar por vez primera en estas tierras violentas las palabras Democracia Cristiana.
El Zubillaga y médico, trocado en docente del Colegio La Esperanza, debió de abandonar el magisterio y la vida terrenal cuando estaba, como Riera Aguinagalde, cerca de los 60. Lucio Antonio era su nombre al romperse el excepcional cordón académico que lo unía con el Dr. Ramón Pompilio Oropeza. Ni siquiera la edad de Cristo tenía el sacerdote y Doctor de la Iglesia Carlos Zubillaga Perera, quien se arrojó de una de las cúpulas de una iglesia lejana a su tierra, perseguido, según decía, por un ilusorio y feroz tigre. Su vida fue tan breve como su Tesis Doctoral. Era el hermano mayor de Chío Zubillaga y un adelantado de la Teología de la Liberación.
Era maestro normalista y también marxista este joven asesinado con apenas 34 abriles en 1976 por el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Tenía proyectado Jorge Rodríguez, exalumno del Grupo Escolar Ramón Pompilio acogerse a la pacificación con su Liga Socialista, su partido y creación. No se lo permitieron los esbirros. Y otro exalumno de esta misma institución lo mató una bala asesina en la Plaza El Néctar, dejando regados espátulas, caballetes y pinceles. Era una promesa del arte pictórico el apuesto y bien tildado Negro Ávila.
Dos Herrera me vienen a mi teclado: José e Ignacio. José Herrera Oropeza sufrió ataque fulminante al corazón a los 50 años mientras decía discurso en el Cine Salamanca, con ello dejó El Diario de Carora, su creación periodística en manos de Antonio, su hijo mayor.
El otro Herrera fue “Nacho”, el de la bohemia y la tertulia en los alrededores de la Plaza Chío, donde degusté en su compañía una rubias y gélidas bebidas mientras contaba hermosas historias extraídas de lo mejor de la literatura universal. Un retórico excepcional.
Y si nos vamos al siglo XVI, uno de nuestros primeros caídos en defensa de sus cardonales y sus crepúsculos fue el principal de los ajaguas y caquetíos, Cayatagua, a quien en una “entrada” dio muerte el sanguinario capitán español Pedro Maldonado, y a quien castigó la justicia hispana por tan desalmado crimen.
Dejo para terminar a un contemporáneo ido en primavera, mi carnal amigo Alejandro Barrios Piña, segundo Cronista Oficial de Carora. Lo despedimos hacia su ascenso al empíreo a los 45 años, lleno de proyectos editoriales y ansias de conocer la Escuela Histórica de Anales hace siete años. Era infatigable e intransigente torrellero, degustador de refritas y pimpinetes, y quien amó tiernamente a su compañera de vida Haydeé Alvarez, docente de la lengua de Shakespeare con quien hago en los días que transcurren el programa radial que Andoche fundara, todos los miércoles a las 8 am por la Emisora Gente 94.5 FM. Su nombre: Crónicas de la comarca caroreña.

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