#opinión: Ese oculto lugar. Por: Juan Guerrero

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Antes de las elecciones escuché a muchas personas indicar que si perdía su candidato se irían pa´l car…. Tanto de un bando como del otro. Razones sobran para ello. Cada quien expresaba sus dudas, sus temores, sus recelos. Amaneció y leyendo por los medios cibernéticos encuentro otra gente que escribe que se va, que ya es imposible seguir viviendo en este país de ineptos, de truhanes, de limosneros, y pare usted de contar.
Particularmente, yo, antes de irme para ese lugar desconocido, pasé por mi biblioteca y busqué en el diccionario y también fui a ver qué había por la Internet. Confieso que después de leer la definición del término y ver el lugar, prefiero quedarme donde estoy. Ya no tengo salud para escalar ese lugar ni tampoco estómago para soportarlo.
Pero muchos quieren irse para ese lugar. Es que, metafóricamente hablando, ese “espejo” que desde el gobierno del Estado se muestra es demasiado crudo y real para aceptarlo. Ese es el reflejo de un mundo oculto, quizá donde ciertamente queda ese lugar.
Son las pasiones humanas. Las maldiciones de la insanía humana de un tipo de venezolano que aún no alcanza la estatura de la civilidad para llamarse ciudadano. Rechazamos en el Otro-diferente todo aquello que ocultamos en nosotros mismos.
Les cuento. Semanas antes de las elecciones fui con mi esposa a Puerto Ordaz, ese sitio de aguas dulces y cielos abiertos de encantadores amaneceres. Después de muchos meses sin ocupar el apartamento, y por obra y gracia de Corpoelec, la nevera se había dañado. Total, que llamamos al técnico quien vino con su ayudante. Mientras ellos hacían su trabajo mi esposa los mareaba con el discurso de “Hay un camino”. Observaba esa escena entre cables chamuscados, un técnico con su vozarrón de acartonado locutor, y un ayudante impasible quien solo escuchaba.
Entre argumentaciones para sumar adeptos a la causa opositora, mi esposa y el técnico discernían en domésticas caracterizaciones del elector venezolano. Luis, el técnico, con proverbial razonamiento, indicaba que no veía salida. Su visión era cruda y realista. –Sabe, señora Liliana, yo voy a Vista al Sol todos los días, el barrio más grande de Venezuela. Por televisión una vez pasaron un documental y decían que era el barrio más grande de Latinoamérica. –No sé. Yo tal vez vote por ese señor “Caprile Radonki” (sic)…pero en Vista al Sol lo que se oye es puro “Chiave” (sic).
Pero la clave la dio el ayudante. –Yo quería votar por ese señor. -La otra vez había una gente en la redoma de Chilemex repartiendo propaganda y franelas. Agarré y paré mi “fiita” y me fui a que me dieran una… pero la muchacha cuando me vio me volteó la cara y prefirió dársela a un sifrinito.
Esa, entre otras, son razones que explican, no tanto la victoria del candidato-presidente, como ese lugar donde muchos están o quieren irse. Es ese lugar donde desean meter la cabeza, como el avestruz, para no ver el lugar que grano a grano de arena hemos hecho y que es un inmenso desierto donde salen espantos de medianoche.
Ese lugar es, lo vuelvo a indicar metafóricamente, el sitio inhóspito que nos negamos a reconocer como parte de nuestra propia hechura. No creo que con escapar, esconder la cabeza ni maldecir, salgamos (-el término apropiado sería “superemos”) de este síndrome, esta marginalidad mental presente en el cuerpo social venezolano.
Yo no me iré para ese lugar. Me quedo. En todo caso, me tomaré “un carajillo”. Podré morir de un balazo, una puñalada trapera, metido en una cuneta o por un hueco en carretera de madrugada. Pero ni meto la cabeza en el hoyo ni huyo. Aquí me quedo. Haciendo lo único que sé hacer: leer y escribir para que otros me lean y saber con exactitud que los cambios únicamente se obtienen después de un inmenso, sobrehumano esfuerzo, donde el estudio, el trabajo y la solidaridad con el prójimo, sea rojo, azul, blanco o desteñido, den los frutos de una victoria rotunda y definitiva: superar la marginalidad mental.

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