Largo al c…

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Quiero llamar la atención sobre las críticas a quienes, por la razón que sea, han decidido quedarse en Globovisión. Me sorprende la ligereza con la que muchos hablan de la dignidad de los demás. De verdad que en este país somos una porquería. La cantidad de comentarios destrozando, sobre todo, a Leopoldo Castillo, me han llenado de ira y de tristeza.
¿Es que ya se les olvidó que ese señor tiene casi 15 años haciendo una oposición valiente todos los días, a costa de su salud y de la de su familia, su seguridad y su tranquilidad? ¿En qué clase de monstruos nos hemos convertido que estamos dispuestos a caerle a pedradas y a destrozar la reputación de cualquiera que nos parezca que ya no dice “lo que queremos oír»? ¿Por qué más bien no nos detenemos a pensar que Leopoldo Castillo se merece un voto de confianza y se lo damos?
Una cosa es darle «unfollow» a la cuenta de @globovision, pero otra cosa es estar hablando lo que están hablando de Leopoldo Castillo. Hay que ser bien bajos y bien miserables para hacerlo. Milagros Socorro recordó hace unos días por Twitter que Leopoldo hasta se tuvo que calar algo tan horrendo como que Juan Barreto dijera que había asesinado a su propio hijo.
Y así como Leopoldo, los otros periodistas que decidieron quedarse. Nadie, NADIE que no esté en el pellejo de esos profesionales sabe lo que ha sido estar todos los días al frente de sus espacios, mientras los demás dormíamos, íbamos al cine, estábamos en un restaurant, en la playa o simplemente echados en un sofá viéndolos por TV.
Han salido cientos de críticos hablando de «dignidad» y exigiéndoles que renuncien. ¿Con qué autoridad moral? ¿Han pensado en sus familias, en cómo van a sostenerse si pierden sus trabajos? Yo conozco a muchas personas que todos los días tragan grueso porque trabajan en instituciones gubernamentales y no han perdido su dignidad. La dignidad no se pierde por irse o quedarse. Es más, en ocasiones se fortalece cuando toca vivir un infierno para poder pagar la educación y manutención de los hijos.
Fue también Milagros Socorro quien escribió en Código Venezuela la semana pasada: “En fin, el régimen no dejó otra alternativa, si Globovisión no cambiaba de dueños, sería cerrada, igual que RCTV, cuya clausura aportó épica a sus propietarios y penurias a sus empleados. Una vez clausuradas estas ventanas, quedaría obliterado hasta el último resquicio informativo, cosa que no ocurriría si el medio sigue abierto, porque aun con las mayores presiones algo se diría y los trabajadores tendrían empleo, que es la forma más alta de dignidad para quien no tiene más que su fuerza de trabajo.
De esto hablaba Leopoldo Castillo este lunes, cuando, sacando vigor físico de donde no hay (no olvidar que el Ciudadano está siendo sometido a sesiones de quimioterapia, que en ocasiones recibe justo antes de entrar al estudio), advirtió que un medio cerrado no sirve más que al régimen hegemónico. Observó que “el país se agotó de la continua confrontación”, lo que implica una variación en el tratamiento de esa pugnacidad, que no pasa por negarla, sino por darle un tratamiento distinto, puesto que las audiencias están exhaustas y necesitadas de otros mensajes que, sin darle un rodeo a la realidad, la enfrenten con más eficiencia.
De manera conmovedora -y en lo que dudo en percibir como un testamento- Castillo confesó que, tras los resultados del 14-A, que muestran un país en dos mitades, se ha “abocado a buscar entendimiento entre las partes, diálogo, reconciliación, reconocimiento mutuo […] Globovisión debe servir para unir y no para separar a la sociedad venezolana”.
Yo respeto tanto a quienes decidieron renunciar como a quienes decidieron quedarse porque ambas posturas requieren de valor. Y desprecio la doble moral de los fariseos que están dispuestos a abrir sus bocotas para volver leña a cualquiera que no adopte lo que ellos consideran «bueno, justo y procedente».
Por mí, señores, se pueden ir largo al carajo.

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