Crónica urbana – Zarpazo a la democracia

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En un intento de abrir cauce a la participación ciudadana a través de organizaciones civiles, en febrero de1948 Venezuela pasó a ser gobernada por un prestigioso intelectual, don Rómulo Gallegos, quien fue el  primer Presidente electo por sufragio directo del pueblo.
Militante de Acción Democrática, estructura política cuya consigna era “Pan, tierra y libertad”, recibió apoyo del 75% de los votantes frente candidatos de Copei (el joven Rafael Caldera) y del Partido Comunista (Gustavo Machado). Pero aún con esa favorable cifra, incluido el histórico estreno del voto femenino, no soportó el acoso de los sables cuarteleros y apenas estuvo nueve meses en la presidencia, de donde salió mediante un golpe de Estado que instaló en Miraflores una Junta Militar.
Esta camarilla castrense que usurpó el poder, integrada por los comandantes Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, actuó sin trabas al momento del zarpazo, pues ni un tiro disparó. En ese lance, como copiando temas y personajes de la pluma del novelista derrocado, se impuso la fuerza de la barbarie ante la conciencia civilista de la democracia.
Adueñarse del alto gobierno era trepar el privilegio burocrático de manejar grandes presupuestos generados por el petróleo, primera fuente económica del país. Las cúpulas oficialistas gozaban de halagos y entre otros placeres disfrutaban lujosos automóviles marca  Cadillac o Packard, mientras quienes no volaban en las alturas gubernativas, ni eran de élite empresarial, sólo podían comprar un carrito Studebaker, Plymouth, De Soto; o andar en la ruta de unos viejos autobuses verdes llamados “pericos”.
No había autopistas en el país, apenas angostas carreteras de diferentes rumbos que comunicaban a Caracas con otras regiones. Los capitalinos estaban cerca del mar y para ir a esas aguas, a un estrecho puerto llamado La Guaira, bajaban sobre una vía de infinitas curvas en las faldas de enorme montaña, bordeando barrancos sin fondo. Al acercarse veían en las playas los encajes blancos de las olas repitiendo su eterno saludo de espumas.
Aquel vecino puerto movía la acción de importaciones y exportaciones, el intercambio cultural y el turismo interno en su costa de mar, sol, viento y bellas mulatas. En las calles se oía voz y música caribeña con una guaracha que decía:
María Cristina me quiere gobernar
y yo le sigo le sigo la corriente,
porque no quiero que diga la gente
que María Cristina me quiere gobernar.
Los aires del Caribe habían traído este y otros ritmos que treparon la falda montañosa para estar en Caracas y soltar de manera espontánea los compases de rumbas, sones, mambos y boleros. Con esa música retumbaban las fiestas junto a un criollo merengue de sabor caraqueño, además del joropo llanero y un contagioso golpe de los vecinos valles del Tuy.
El nuevo gobierno tenía inmediatos proyectos, quizás dirigidos con buena intención hacia el país, pero en su seno rondaban ocultas ambiciones de liderazgo. Sin embargo, en medio de esas sombras, se pusieron en marcha importantes planes.
Así, en 1949 se creó el Instituto Agrario Nacional, herramienta para la reforma de la agricultura en un campo de atraso en el que aún reinaba el conuco y su ordinaria práctica de machete, escardilla y chícora. Este plan  dio acento a un programa clave, esencial para la producción de alimentos, el cual sería desarrollado en zonas selváticas del distrito Turén, estado Portuguesa. De este modo aquel gobierno militarista, que los caraqueños identificaban en sus chistes con figuras de una marca de manteca llamada Los Tres Cochinitos, empezó a cambiar el rostro del país en lo referente a obras de infraestructura.

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