Por la puerta del sol – Esas casas

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Poco a poco lo novedoso va dejando a un lado lo hermoso y señorial que guardan las casas viejas.
Todos hemos tenido una casa cuyos recuerdos guardamos con amorosa devoción allá muy dentro del corazón. En ella se encierran hechos, momentos y presencias de gran valor sentimental. Muchas han sido derrumbadas, otras mantienen el encanto de sus fachadas desteñidas y sus ventanas  mirando hacia el poniente, erguidas y mudas, testigos eternos del velo transparente que de las nubes por siglos desgarra la luna en su andar silencioso.
Casas, retratos, caminos, canciones, tarjetas y recuerdos,  siempre nos saldrán al  paso en los surcos del rostro, en las fechas, en el afán de cada día, en el momento de la nostalgia. Conocimos tanto la vieja casa que podemos sospechar los queridos pasos que se apagaron hace mucho tiempo. Pensar que como esas casas nos iremos destiñendo también nosotros, hasta que nos caigamos, cuando los años  no puedan sostenernos en pie.
Dentro de lo triste siempre fluye algo positivo, cada puerto tiene su concha, cada tormenta su calma, cada laberinto su salida, cada tiempo su embrujo, cada edad su esplendor.
Como en otras ocasiones no sabía qué escribir esta semana. Se cansa quien lee siempre lo mismo. Hoy decidí atisbar el horizonte, he vuelto a mirar hacia atrás y hacia adelante esa línea limitada que parece inofensiva,  que hiere, espera, vence y recuerda…
En el endeble velero que es la vida el viento siembra sus cantos y sus réquiems dirigidos por el tiempo. En la sístole de la propia muerte  llevamos la eternidad de nuestro pasado, las huellas de lo que fuimos,  de lo que ya no somos. Esa es la vida, ese el tiempo, esa la realidad.
Este mundo es una contradicción: Para unos hay demasiado, para otros no hay nada, allá lejos nacen en pulcros y fastuosos palacios príncipes con futuro y alegrías garantizados. En nuestra rica Venezuela en viviendas de lata y cartón la vida enseña al recién nacido el látigo tenaz de la miseria y la indiferencia,  avales de su triste futuro. Posiblemente los que viven de esta manera no añorarán su mísera y triste vida, ni su guarida, ni sus miedos, ni sus hambres, ni sus traumas, karmas ni esperanzas. Junto al dolor todo es tormento, junto a la pena duro es el sufrimiento.
Hoy he vuelto a plantar la mirada en lo que no vuelve, en lo detenido, en el pasado, en los escombros de lo que fue encanto, en las paredes de las casas que el tiempo destiñó. Ilusión, añoranzas  y esperanzas son esos navegantes sin brújula que nos acompañan hasta el fin. Al humano como a las casas viejas se les ve la apariencia, la fachada, no lo que guardan en sus rincones internos, las grietas, fealdades o bellezas del alma,  equilibrios o locuras, alegrías o tristezas.
Tanta historia guarda un hombre en sus años, tanta guardan detrás de sus paredes las casas. Bajo un paisaje de añoranzas y recuerdos, vamos dejando bien marcadas nuestras huellas. Hemos aprendido a soportar los vendavales, las soledades y los embates del tiempo. Hemos aprendido que igual que los ríos que corren, el sol en su poniente y nosotros, tarde que temprano seremos apenas el recuerdo de lo que se hundirá en la tierra para siempre. Abrigamos la esperanza de que aunque nos vayamos permaneceremos un tiempo largo viviendo en el recuerdo, hasta que nos hunda la memoria en el olvido, hasta que la foto se vuelva transparente.
Al crecer vamos dejando atrás muchas cosas queridas. El único tesoro que no dejamos nunca es la memoria que incesante nos recuerda todo lo vivido en la casa vieja, lo plácido, los viejos, las raíces. Por sus frescos corredores correteó la esperanza, brincó la alegría con su jovial  algarabía, en sus silencios queda la clave de lo breve que es la dicha del hombre en el mundo. Si la casa que amamos sigue en pie bendito sea el tiempo y bendito sea el cariño que todavía puede abrir las ventanas para que caiga el agua llovida del recuerdo en la memoria.
Desconcierta la pequeñez del hombre ante el paso del tiempo, sin que lo acompañe como aquellas casas viejas la soledad que siempre está esperando. Hay casas que superan el obstáculo del tiempo, hay hombres que superan el obstáculo de la muerte.
“La paradoja de nuestro tiempo es que tenemos casas más grandes pero no por eso mejores, casas más lindas pero hogares rotos, despilfarramos demasiado, reímos muy poco”. (George Carlín)

No hay casa que el tiempo no envejezca,  paisaje que la borrasca no ataque, ni humano que no haya sido sorprendido por la debilidad de los años.

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