Que Dios nos agarre confesados

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No sé cuántos eventos desagradables puede un ser humano procesar al día, pero me imagino que no deben ser muchos, por razones de mera sobrevivencia. Nos ocupamos de los que más nos preocupan y los demás simplemente los pasamos por alto. Son demasiadas cosas que se pasan como se pasa la lluvia, el calor o el hambre. Esta debe ser la estrategia del gobierno para que aquí pase de todo y a la vez no pase nada: bombardearnos de problemas para que nos dediquemos a sobrevivir. Pero uno debe tener como regla no aceptar como normales las cosas que no son normales. Por eso escribo este artículo.
Hace un par de semanas, mientras esperaba en la cola para pagar de una gran farmacia, quedé atónita al escuchar la conversación que en voz alta, clara e inteligible sostenía el muchacho que venía detrás de mí. No estaba hablando en secreto, cualquiera lo podía oír. Le contaba a una pariente cercana de “la suerte” que había tenido con uno de los exámenes de reparación:
“Imagínate lo que me pasó: yo estaba presentando una de las materias que llevé a reparación (no sé cuántas reparó, pero obviamente más de una) y el profesor quería irse. Me dijo que entregara, que él me ponía el diez”.
Ahí me empezó la calambrina. ¿Había escuchado bien?… Sí, había escuchado perfectamente: el profesor le había dicho que entregara YA, que él le ponía el diez, pero qué fastidio, que ya se quería ir… ¿Cuánto dura un examen, dos horas académicas, es decir hora y media?… ¿Es que acaso un profesor NO puede esperar hora y media que el alumno termine de presentar?… ¿acaso no es su deber?… Y si se le hubiera presentado una emergencia, cosa que puede pasar, ¿no debería haber pedido a la Facultad que enviara a alguien que supervisara el examen?
El muchacho continuó su historia y yo parada ahí oyendo aquel horror:
“Cuando me ofreció el diez yo pensé que podía ponerme más nota. Entonces la “tiré a pegar” y le respondí que yo había estudiado para sacar más. Yo sabía que me iba a preguntar que para cuánto y “aproveché” y le dije que como para diecinueve. Entonces… ¿puedes creer la suerte?… ¡me dijo que me ponía diecisiete y que me fuera!”…
¡Ayayayayay! ¡Misericordia, Dios mío! ¡El profesor le puso diecisiete! Busqué alrededor a ver si alguien había oído tamaño horror, pero no… cada quien estaba en lo suyo.
Yo tragué grueso y pensé que por qué yo tenía que escuchar esas cosas… ¡yo no quiero enterarme de que hay profesores que se “fastidian” y regalan un diecisiete así con la misma facilidad con que se toman un vaso de agua! ¡Yo que di clases tantos años y que siempre procuré que mis alumnos dieran lo mejor de sí!… ¿es que esto es un castigo?…  Me volteé y vi al muchacho, que encima de todo, me sonrió como si aquello que estaba contando hubiera sido una gracia. Entonces me fijé en su franela: “Unefa, Ingeniería de Telecomunicaciones”.  “Al menos no estudia Medicina”, pensé, “porque los errores de los médicos van a parar a los cementerios”… ¡Pero qué desgracia, de todas formas! Pensé en mis profesores de Ingeniería: a ninguno le hubiera pasado por la cabeza “regalar” una nota porque se quería ir…
¿Qué viene primero, el huevo o la gallina?… ¿es que la corrupción en Venezuela es tan grande que a un joven no lo avergüenza contar en público –y peor aún, ante un público que no conoce- que la nota que sacó en reparación no se la ganó, sino que su profesor (alguien por quien debería sentir respeto) se la “regaló” porque estaba fastidiado?…  ¿o es que hay profesores están tan maleados que les da lo mismo si enseñaron, no enseñaron, si sus alumnos aprendieron, si no aprendieron, si cumplieron con su obligación o no la cumplieron?…
La Venezuela de hoy es la Venezuela de la mediocridad, el conformismo y la sinvergüenzura. La majestad del magisterio sigue cuesta abajo en su rodada. Pero nadie se inmuta. Nadie se turba. Nadie se espanta. Somos una sociedad burundangueada, apática, resignada.
Que Dios nos agarre confesados…
@cjaimesb

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