Dos situaciones en apenas una semana, hablan muy mal de los procesos de descentralización y respeto a eso que desde Caracas se llama «provincia», palabra que ni ofende ni inmuta a quienes, así llamados, bien nos sabemos con razones de sobra para no envidiar.
Se fue la luz. El martes 3 de septiembre la mitad del país se quedó sin energía. En palabras del ministro Jesse Chacón, quien, por fortuna, no habló de iguanas, sapos ni otro bicho viviente, falló la «columna vertebral del sistema», esto es la línea 765, sin descartar por supuesto la tesis del sabotaje, esgrimida por el mandatario nacional, quien parece olvidar que las instalaciones eléctricas están militarizadas por lo cual, una mediana investigación debería apuntar a los suyos y no a la oposición que desde hace unos cuantos años no pisa en acto de mando oficina gubernamental.
Pero el tema en cuestión es que la angustia y la conmoción en el Alto Gobierno derivó de una tragedia: el apagón tocó el corazón de la Gran Caracas. El poder se quedó sin luz y así las cosas, debió mirar de refilón a esa misma provincia todos los días sometida al despiadado racionamiento. Cada día se conoce en Falcón, en los estados andinos y en la propia región larense, de cortes de dos, tres y hasta cuatro horas por ofrecer números conservadores, y el ministro ni se asoma a por lo menos pedir perdón. Pero basta que Caracas se incomode para que anuncien hasta la creación de un Estado mayor para atender estas urgencias que son pan nuestro de cada día en esta «provincia» que alimenta a Caracas.
Capítulo aparte merecen las obras del Transbarca. De buenas a primeras, sin consultar a nuestros expertos ni al ciudadano de a pie, desde Caracas deciden que Barquisimeto necesita sufrir la amputación de sus avenidas para justificar la circulación del nuevo sistema de transporte. Puestos a ser caraqueños, podían consultar a la Facultad de Arquitectura de la UCV con sede en Barquisimeto y, sin ir más allá, por supuesto, a nuestros reconocidos especialistas egresados de la UCLA y de la Unexpo, por no citar las voces preocupadas por un destino nada incierto en materia urbana.
Quisieron corregir un error con otro error y la ciudad ya lo está pagando. Parece asunto de caricatura observar a los motorizados circular «por el canal exclusivo», al ama de casa «cortar camino» «por el canal exclusivo» e incluso a no pocos «vivos» utilizar la vía para «estacionar un momentico».
El Sindicato del Transporte Automotor tuvo que ponerse en pie de lucha para que les entendieran un racionamiento cercano a la lógica del estómago: sin trabajo no hay comida y sin comida, más violencia en la calle. Ellos no pedían una beca ni pasar a jubilación, sí, por el contrario, el más humano de los deseos: que los dejaran trabajar en condiciones de igualdad. La pelea valió la pena y por lo menos en la promesa del acta convenio, suscrita entre el presidente del Sindicato y el viceministro del Transporte, quedó la decisión de incorporarlos a las rutas alimentadoras.
Se impuso la cordura pero luego de larga batalla cuando más fácil era escuchar. Ahora, a días del arranque del sistema, por la fuerza de las circunstancias, deberán tomar nota de la observación del doliente directo.
La conclusión da la razón a la «provincia» que en cifras y territorio es mayoría en el país. Lara, sumada a ese «interior nacional» ignorado en sus reclamos, alza su voz para exigir con dignidad, en esta y próximas circunstancias, el más básico de los derechos: el respeto.
