¡Honor a una gran mujer!

Hoy hago un paréntesis en mis artículos políticos para hacer honor a una humilde e integral trabajadora, de cuna y vida pobres, merecedora, ahora ausente por siempre, de todo mi afecto, respeto y admiración, por todos sus principios y valores, que supo practicar individualmente, sembrar en los suyos y hacer con ellos gala de su personalidad, con todas sus limitaciones y carencias intelectuales, siempre cargada ella de sencillez y humildad, cualidades muy suyas que hacen sentir a sus familiares y amigos muy orgullosos de los dones que adornaban su belleza interior.
Es María de la Cruz Saavedra, quien se nos fue el día miércoles 4 de diciembre de 2013, a las 4:40 am, por un paro respiratorio que la durmió eternamente.  Antes había padecido deficiencias pulmonares, cardíacas, renales e hipertensivas, un tumor en el páncreas y neumonía. Nació en el caserío Hato Viejo, el Tocuyo, edo. Lara, el 24 de noviembre de 1941. Hija de dos humildes venezolanos: Felipe Angulo y Carmen María Saavedra. Sus hermanos y ella quedaron muy temprano huérfanos y padecieron de muchas calamidades, atendidas por varios hogares entre los cuales fueron repartidos. Así se formó la familia, bajo el signo de la extrema pobreza, conociendo vivencialmente la miseria.
María de la Cruz Saavedra tuvo una bella hija (Yajaira del Carmen) que es como mi hija, y dos maravillosos nietos (Mariana Andreina y Erick Javier) que son como mis nietos. A los tres les dio amor, principios y valores, como ella misma los practicaba. Fueron para ella su adoración, los quería devotamente como si fuera ella misma.
Nació pobre y murió pobre, sirviendo a los demás como si fueran suyos, practicando siempre la honradez, la lealtad y la sinceridad, como parte esencial de sus sagrados principios y valores, sin saber su teoría. Sacó su  sexto grado, como un vivo ejemplo a quienes la han respetado siempre. Es lo que ella aprendió y enseñó  en su misma vida.
El trabajo lo entendió, en su mentalidad y dentro de su dignidad personal, como un derecho y un deber para atender y resolver sus necesidades y ayudar en su hogar. Así lo hizo en sus servicios domésticos y en sus empleos en diversas empresas e instituciones, donde supo ganarse incluso la amistad, como buena amiga. Nunca aceptó para subsistir la dádiva de nadie que pretendiera manejarla. Derrotó su carencia intelectual con sus virtudes.
Mis padres dirían, si vivieran, que están muy agradecidos de María, y mis hermanos y yo también, lo que ahora repito con mi esposa y mis hijos, para quienes María será recordada siempre como nuestra gran amiga. ¡La más sentida solidaridad en el dolor con toda su familia y todos sus amigos! ¡Paz a sus restos!