Como nosotros, los objetos existen. Ellos son porque los tenemos y porque estamos siempre junto a ellos. Así sucedía mientras Arnaldo González compartía sus alegrías y sus tristezas con su acordeón. Ese acordeón fue para él su caja de resonancia. Su voz se arrimaba al sonido que el instrumento emitía y juntos entonces se iban por el camino del canto descubriendo para el oyente hermosas melodías. Es un acordeón grande y pesado, profesional, pero Arnaldo cargaba con él porque no sabían hallarse el uno sin el otro. Es un acordeón de amplio registro que obedecía a las manos de su amoroso ejecutante. Por las teclas sus dedos conocían cuáles habría que pulsar para que la melodía se fuese asomando para herir gratamente la audición.
Arnaldo era todo sentimiento apoyando su voluminoso instrumento sobre sus piernas. Entonces sus brazos arqueados tocaban con sus manos el área del teclado conjuntamente con el área del fuelle, y sonante la melodía subía hacia los agudos o bajaba hacia los graves al ritmo del aliento del aire que regula el fuelle.
Todo era entonces, ante un ambiente de reunión cautivante, agradable; el medio se llenaba del propicio sonido de la música. Y todos los asistentes vivían la complacencia musical del momento.
Pero Arnaldo el abogado, Arnaldo el músico, Arnaldo el cantor acordeonista se nos ha ido. Y el acordeón, oculto en su negro estuche, en la soledad de su silencio, depositado en algún lugar de su residencia, por muy especial que sea, se encuentra ahora muy solo. El acordeón como Arnaldo también siente y en su soledad sabe que le esperan muchos días de silencio. Como aselista, miembro de la Asociación de Escritores del Estado Lara. En la casa de la parra, bajo su verde sombra, reunidos, Arnaldo amenizaba con voluntaria disposición el ambiente que él lo hacía más agradable.
En la soledad del silencio, el acordeón, el acordeón de Arnaldo llora para sí tantas gratas melodías que su voz de instrumento hubo de acompañar. La otra voz, la voz humana, aquella que cantaba con él se ha apagado. Ahora es silencio, silencio eterno.
La soledad y el silencio son palabras inseparables, compañeras; el nombre: Arnaldo, con su particularidad, es todo cuanto queda de la vida que somos.El recuerdo incursiona en los sentimientos, pero es el nombre como reliquia y símbolo el único asidero que nos queda para recordarlo en el milagro de la palabra. Reducidos al nombre que se queda flotando en la pronunciación o allá en la mente como imagen acústica, eso y nada más es lo que queda. Paz al alma de Arnaldo.
Lectura – La soledad del acordeón
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