Los grandes hombres no son los que tienen grandes pensamientos, son los grandes niños, que cuando adultos, no hayan perdido su maravillosa capacidad para tener grandes sueños.
Son los jóvenes que nunca temieron a las balas que pretenden acabar con sus vidas, las vidas de sus verdades. Porque los jóvenes al marchar, lo hacen con el corazón como bandera y la libertad como una vela, que los lleva a navegar caminando sobre la mar de sus convicciones sin hundirse, manteniéndose firmes en la portentosa voz de sus consignas que hablan de justicia, que rompen las cadenas del poder y disuelven las ataduras que encierran el coraje de sus espíritus indómitos.
Los tenemos en las aulas. Irreverentes, ruidosos, son la alegría del país que quiere la felicidad plena para todos. Son la voz de los que se quedaron sin voz, son la fuerza que germina para retar con su vida la muerte que los rodea. Son la esperanza para vencer al tiempo inexorable que pedirá sus cuentas a la edad madura. Pero entre tanto llega la hora de las conclusiones, ellos apuestan a una introducción que nos permita relatar una historia diferente a la que siempre hemos contado, los nuevos prometeos que se multiplican en su juventud para portar el fuego con el cual podamos hacer la fragua de las herramientas que necesitamos para construir el país nuevo, el mundo diferente y crear los nuevos conceptos para ver la realidad cambiante que nos cuesta percibir.
Los que somos docentes vivimos en una lucha permanente con ellos para formarlos. Hay que decirlo con sinceridad. Pero los respetamos, porque aprendemos de ellos nuevas formas de enseñanzas y las dificultades que nos muestran en su aprendizaje, son aquellas que revelan nuevos retos para nuestro propio crecimiento y desarrollo. Las respuestas aparecen cuando las preguntas motivan. Cuando somos realmente inteligentes es cuando somos capaces de despejar la ecuación de su aprendizaje sin mutilarlos, respetando la vida de aquellas características que no entendemos, pero que posiblemente se transformen después en lo más destacado de sus fortalezas.
El valor inviolable de la juventud es su espontaneidad. Su sinceridad. Su autenticidad. Es la oportunidad para atrevernos a ser diferentes a lo que somos e intentar ser más de lo que somos.
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El valor inviolable de la juventud
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