La ciudad como tema – No hay arquitecturas inocentes

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Quien visite las viejas ciudades europeas notará que sus calles centrales están flanqueadas por una multitud de obras de carácter religioso, a las que se les añaden plazas, fuentes, monumentos, obeliscos, hospitales, conventos, bibliotecas y amplios bulevares.
Estas obras constituyen un recurso turístico que genera ingresos extraordinarios para ciudades que a veces no tienen otras opciones económicas importantes, de modo que para sus actuales habitantes estas obras son una bendición. Pero esas obras no se levantaron con ese propósito sino para magnificar la gloria y el poder de Dios y de quienes las construyeron. Al contemplarlas el turista podría preguntarse si no había mejor manera de utilizar esos recursos, por ejemplo, para superar la pobreza, pero esta es una pregunta que los antiguos nunca se plantearon, por lo menos no abiertamente.
Eran tiempos en que la pobreza era considerada una situación natural y que los pobres aceptaban porque, asumían, esa era la voluntad de Dios. En el mejor de los casos sus miserias eran mitigadas con obras de caridad.
Hoy se sabe que la pobreza puede ser mitigada y hasta erradicada por la voluntad política de los hombres, sin esperar el beneplácito divino.
Es evidente que esas obras representaron un altísimo consumo de recursos que literalmente provocaron situaciones de cambios fundamentales. Por ejemplo, la construcción de la catedral de San Pedro en Roma, fue el puntillazo que movió a Lutero a iniciar la reforma protestante contra el boato y la ostentación del papado. A su vez, Roma replicó con más boato y con la contrarreforma, lo que condujo a las guerras de religión y a cambios geopolíticos que aun hoy están presentes.
Otro tanto ocurrió con las obras del Palacio de Versalles. Requirió de tanto dinero que fue necesario subir los impuestos a un punto tal que finalmente los franceses se hartaron y ocurrió la Revolución Francesa, con todo lo bueno y malo que eso significó para la posteridad.
Hoy ha cambiado mucho el criterio de evaluación y aceptación de las obras publicas pues las inversiones que se quieren hacer en unas son confrontadas con otras necesidades: escuelas, hospitales, acueductos, cloacas, etc. Además se reclama que el Estado no debe mostrarse parcializado haciendo obras religiosas que corresponden a una iglesia en particular, de modo que los creyentes, que quieran levantar obras para glorificar su religión, deben, y se considera que es justo que así sea financiarlas ellos mismos.
Hago estas reflexiones porque el Sr. Gobernador está empeñado en construir el Manto a la Divina Pastora, sin duda una obra costosa y que le quita recursos a otras mucho más urgentes y prioritarias.
No hay arquitecturas inocentes, todas traen consecuencias.

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