Tribunales de suprema injusticia

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Entre lo primero que hizo Fidel Castro al llegar al poder fue fusilar a jueces acusados de servir a la anterior dictadura como represores.
Fue después cuando comenzó a emular a su ídolo de juventud –Adolfo Hitler– con una judicatura a su imagen y semejanza.
Muchos creen que en la Alemania nazi todo eran matones de las SS pateando puertas y arrastrando gente hasta los campos de concentración, sin fórmula de juicio. Aquello ocurrió, pero no fue todo.

Aún las dictaduras más sanguinarias –las de Hitler, Stalin, Mao- mantuvieron judicaturas –hasta tribunales supremos de “justicia”- que aportaron barniz leguleyo a sus barbaridades.

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Un sistemático terrorismo de Estado suele descansar sobre un andamiaje judicial perfectamente sincronizado con las órdenes de los sátrapas y sus fantasías ideológicas.

Tal como en algunas guardias pretorianas los ascensos exigen un descarado culto a la personalidad (el caso de Calígula fue clásico); en esas mismas sociedades es común ver jueces corear consignas partidistas –al estilo “Heil Hitler”- y jurar fidelidad a los cultos políticos del totalitarismo en sus tribunales.

En sus salas no sólo abunda el delito de prevaricación, al dictar sentencias a sabiendas que son injustas, ilegales o inconstitucionales; sino que se le suma la asociación para delinquir, cuando los jueces coordinan con otras autoridades y poderes para perpetrar determinados crímenes.

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En cualquier situación de extrema polarización las grandes mayorías estarán siempre de acuerdo en la importancia de buscar diálogo y reconciliación. Pero en todo caso la civilización también exige que no pueda existir impunidad para ciertos delitos.
No suele ser numeroso el grupo de grandes responsables de imprescriptibles delitos de lesa humanidad en una dictadura pero en ese lote merece puesto asegurado todo magistrado que mediante abominable prevaricación cierre vías hacia la paz y bienestar de toda una nación.
La película El juicio de Nuremberg nos muestra cómo fueron juzgados los magistrados y fiscales del Tribunal Supremo de Justicia nazi en Alemania. En ella vemos derretir arrogantes personajes que se llegaron a creer todopoderosos e inmunes, no sólo ante la perspectiva de la horca, sino en el horror de comprobar lo que ellos mismos se habían vuelto.

En muchas democracias no existe pena de muerte, aunque aún quede quién idolatre a ese Fidel Castro que fusiló jueces. Pero donde exista verdadera justicia que no habrá excepciones a la atroz prevaricación judicial. Luego quedará lo más terrible: Los inevitables juicios de Dios… y del espejo.

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