Reflexión – Reconocimiento y arrepentimiento

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“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”. Mat.3:8
Ciertamente la Salvación es una dádiva de Dios. Es un regalo inmerecido que Dios nos da. Con la muerte de nuestro Señor Jesucristo la obtenemos gratuitamente. Pero de ninguna forma es barata. Todo responde a un proceso que comienza con la seguridad de que somos salvos, pero a través de la persona de nuestro Señor Jesucristo. Esa es la única forma de ser salvos. Por fe en nuestro Señor Jesucristo. Nadie crea que será salvo porque es muy bueno y hace cosas muy buenas. O, porque nació en una iglesia cristiana y tiene cargos importantes. O, como creían los dirigentes judíos de los tiempos de Jesús. Que por ser descendientes de Abraham tenían derecho automático a Salvarse y tener vida eterna. ¡Error!

La dádiva de la Salvación de Dios para el pecador comienza cuando el pecador reconoce que es pecador. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.” 1 Juan 1:8. Esa es la antesala del proceso de salvación. El primer paso y es esencial. No es como algunos creen, que la Salvación es un acto de magia. El hombre fue dotado por Dios para tomar decisiones. El individuo y sobre todo el cristiano no pueden pretender estar libre de pecado. Muchos se ufanan de ello, pero si sus actos van en contra de la voluntad divina expuesta en su Palabra, están perdidos.

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Una vez que Ud. reconoce que es pecador, viene el acto voluntario de arrepentimiento. Esto es dolor sincero y profundo de haber pecado. No es dolor profundo por las consecuencias que la trasgresión traerá sobre Ud., no, sino por haberle fallado a Dios, a su prójimo, llámese esposa o esposo. Al padre, madre, al hijo mismo o al vecino. Al hermano, al amigo, en su trabajo, a la sociedad o a la nación donde vive. “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras”. Luc. 3:8.

De nada le servirá al cristiano haber nacido en una iglesia cristiana y ser reconocido por todos como un gran líder. Sus frutos hablarán por sí solos y Dios es el evaluador por cuanto Dios ve los motivos de su corazón. Puede que un gran líder de iglesia cristiana goce de gran prestigio por su elocuencia y habilidad para hablar. Por el manejo de la Biblia y su homelética bien refinada. Por sus recursos de sicología. Pero la vida que lleva hablará por si solo y Dios lo sabe todo.“Así que, por sus frutos los conoceréis”. Mat. 7:20. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad”. Gal. 5:22.
“El fruto que se da revela el carácter. La prueba de la conversión es una transformación de la vida. La prueba de la sinceridad de los fariseos y saduceos que vinieron al bautismo de Juan sería el cambio radical de parecer y de conducta que implica la palabra «arrepentimiento». La mera profesión de fe nada vale”. Diccionario Bíblico Adventista. Hasta el próximo martes Dios mediante.

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