Democracia y capitalismo

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¿Podrá sobrevivir la democracia frente al capitalismo? Los últimos e inesperados resultados electorales del Brexit, el plebiscito colombiano por la Paz y el reciente triunfo de Trump, han despertado esta interrogante.
El sistema económico capitalista está basado en la generación y acumulación de capital, un sistema centrado en el individualismo, una carrera indetenible por generar riquezas, sin importar a quien se lleva por delante, una máquina de hacer dinero que no admite descanso y mucho menos un sistema de vida alternativo, todo dentro del capitalismo nada fuera de él.

El capitalismo nos ha educado que el bienestar proviene de la obtención del dinero, con él podemos comprar salud, belleza, educación e infinidades de cosas más, quizás de allí la trágica frase: “Todos tenemos un precio” o el jocoso comentario del recién electo presidente norte americano: “A las estrellas nos dejan hacer lo que sea”.

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Gracias a la tecnología o lo que algunos llaman el mundo digital, el capitalismo ha crecido una enormidad. A través de él se puede llegar a millones de personas en tiempo record, las redes sociales se han convertido en un medio ideal para vender productos y servicios, con el agravante de que hoy los seres humanos son los productos.
Los políticos han entendido que el capitalismo está rigiendo el modo de vida de millones de personas, las propuestas e ideas ya no generan emoción, saben que necesitan convertirse en productos para obtener votos; el pueblo es su mercado y necesitan acceder a él para poder obtener así su capital, el poder.

Leía en estos días a una persona que se autodefinía como mercadólogo y decía que lo que no emociona no vende, ahora bien tendríamos que revisar que es lo que está emocionando a la gente en el siglo 21, según lo que llaman “trending topic”, o en español “tema tendencia”, encontré que uno de los más visto, comentado y debatido alrededor del mundo en el 2015 fue sobre una pregunta acerca de cómo cada quien veía el color de un vestido. Entre tres opciones de imágenes publicadas, la controversia mundial era sobre si el vestido era azul y dorado o negro y blanco.

En la acera del frente, tenemos a la democracia, un sistema de convivencia social, precursor de políticas públicas que vayan dirigidas a beneficiar a la colectividad social, que a su vez tiene la responsabilidad de elegir a sus gobernantes para que estos cumplan con el mandato entregado, tal como lo definió Lincoln: “El gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. Ahora bien y de allí me interrogante inicial: ¿Cuáles serán las consecuencias de ver convertidos a aspirantes a gobernantes en productos y a electores en mercado? Seguramente los resultados dependerán de lo que más nos emocione y si tomamos como valido el argumento de la prevalencia del voto pasional sobre el racional, seguramente la democracia entrara en crisis en cualquier momento.

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