Editorial: Mientras el Presidente baila…

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A Nicolás Maduro le ha dado por bailar. Lo hace en público, gozoso, frente a las cámaras de la televisión. Aferrado siempre a mitos, pretextos y referencias ajenas, su personalidad no le dio sino para reclamar su derecho a darse él también semejante desahogo, desde que Barack Obama echara un pie bajo los acordes del bandoneón, en su visita oficial de marzo a la Argentina. “Si yo bailo estoy loco, pero si Obama baila es chévere”, alcanzó a alegar, en su descargo. En esa ocasión también criticó al mandatario estadounidense porque “se la pasa viajando, vive en una nube”, sin importarle, dijo, que decenas de empresas estén cerrando allá.

Sin detenernos a valorar su estilo, ni mucho menos la gracia de su bailoteo, es de recordar que Maduro más de una vez ha tildado de “vaga” a la oposición, instándola a “trabajar”, por el bien del país. Y, aunque desde luego estaba forzado, por su investidura, a dar el ejemplo, especialmente en tiempos de tribulación, nada le impidió extremar su eufórico desenfreno al inaugurar, no una escuela, ni un urbanismo, sino un programa de radio, “La hora de la salsa”, que, conforme anunció, será transmitido desde cualquier lugar del planeta en el que se encuentre. Es decir, viajará, y bailará.

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Un Presidente es, ciertamente, un ser humano. El público le tolera algún grado de excentricidad. Tiene derecho a divertirse. Debe descansar, eso no se discute. En los Estados Unidos, donde el tiempo libre remunerado es visto más como un beneficio que como un derecho, se considera natural que el Jefe de Estado disfrute vacaciones. Es más, la opinión pública entiende que quien rija sus destinos debe tener la ocasión de desestresarse. Para eso está el retiro, en Camp David. En la Argentina, Mauricio Macri hizo tres veces un alto en sus labores, en ocho meses. En Colombia, Juan Manuel Santos ha llegado a plantear, con razón, que esa materia del reposo presidencial sea debidamente definida, por ley.

Pero, cada cosa tiene su lugar, y su tiempo, bajo el cielo. La responsabilidad comporta una obligación, fija límites, máxime si se trata de asuntos públicos.

Con mucha menos inestabilidad que la nuestra, Ecuador apenas soportó seis meses en el poder a Abdalá Bucaram, un abogado de origen libanés que hacía ostentación de un estilo errático y corrupto de gobernar, aderezada su gestión de un burlesco despilfarro y del bochorno de sus alardes, paranoia, bufonadas infinitas. De todo eso hacía ruinosa y estrambótica fiesta “el loco que ama”.

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En Venezuela, hasta la Navidad se ha tornado melancólica, gris. La hallaca, un lamento. El reencuentro de familias fracturadas por la distancia, un suspiro lacerado. Mientras el Presidente baila en la televisión, cientos de compatriotas estrenan sus harapos de mendigo y hurgan desesperados en los pipotes de basura, antes de que aparezcan los camiones del Aseo Urbano, buscando algo con qué apaciguar sus estómagos, o el de sus hijos. Mientras el Presidente bate sus caderas jubilosas, tardan en llegar a los hospitales las donaciones en medicinas que, al fin, el insólito orgullo oficial aceptó fuesen distribuidas, a condición de no repetir ese embuste mediático según el cual aquí existe el más leve riesgo de crisis humanitaria. Mientras la alcaldía de Jorge Rodríguez se dispone a gastar dos millones de dólares en la rumba del Suena Caracas, en una capital que la inseguridad tornó fantasmal, se informa que los pensionados venezolanos en el exterior siguen sin recibir, a esta hora, su remesa de limosna. Tampoco hay papel para los periódicos. En Sucre se han registrado, en el curso de seis meses, 52 protestas por hambre. Mientras el Presidente hace el espectáculo de luchar contra molinos de viento y ordena una movilización nacional para el “primer ensayo antigolpista”, en Caracas, el 17 de diciembre, en esta vida real que a diario nos golpea y humilla, la salvaje depreciación del bolívar se ha cansado de hacer más y más miserable la vida de millones. Con una Pdvsa quebrada, saqueada, la producción petrolera cayó en unos 320.000 barriles diarios en el primer semestre de 2016, según cifras de la OPEP. Cerraremos el año con una caída del 10% en el PIB, inflación del 720% y una pavorosa estimación superior al 2.000% en el costo de la vida, en 2017

Mientras el Presidente baila, tal es su telón de fondo.

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