#OPINIÓN Paciencia, que hay mucho qué hacer #8Ago

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Es histórico. El odio, ese instrumento predilecto junto al miedo del comunismo y el fascismo, mellizos que se detestan, hace más daño que el COVID-19 y ha matado muchísima más gente.

Tarde o temprano y ojalá sea más temprano, comenzará la reconstrucción de este país nuestro, cuyo paisaje da tantas muestras de devastación. Será una tarea inmensa. Difícil pero en modo alguno imposible. Creo que en Venezuela, con todos nuestros defectos y carencias que ahora menos que nunca debemos ignorar, hay bases suficientes para emprenderla. Bases vivas, que son las que se evidencian en la resiliencia cívica, empresarial, laboral, académica, creativa. Esa Venezuela que no se rinde ni renuncia a ser ella, ni se resigna a ser otra cosa.

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No es secreto que he sido opositor al proyecto que se nos ha querido imponer. Qué lo fui desde la madrugada de febrero de 1992 y que ideológicamente me produce reacciones alérgicas desde mucho antes, por razones de formación y de vida. Creo que el tozudo empeño en imponerlo es la principal causa de la situación actual y de sus cada vez menos promisoras perspectivas.

Ahora, tengámoslo claro, la reconstrucción necesaria no será borrón y cuenta nueva. Tampoco restauración del pasado, aunque ya se sabe que es un error pretender despacharlo acríticamente con denuestos propagandísticos o simplemente borrarlo. Mucho tenemos que aprender de lo vivido y en concreto, de esta etapa iniciada en 1999, que no siempre ha sido igual por motivos objetivos y subjetivos comprensibles, pero que siempre fue un proyecto con una intención de hegemonía permanente. El aprendizaje es para toda la sociedad. Para quienes han ejercido el poder y la proporción de pueblo, al comienzo mayoritaria y ahora reducida que los ha respaldado, pero también para quienes nos hemos opuesto y a la proporción de pueblo, poca al comienzo y mayoritaria ahora que reclama un cambio.

Lo que vayamos a hacer con el país, su nuevo diseño político-institucional, económico, social, sus nuevas políticas públicas en todos los órdenes y el gigantesco esfuerzo nacional que en todos los órdenes hará falta para adelantarlas, porque “el diablo está en los detalles”, como se sabe, vamos a tener que hacerlo entre todos.

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Entre todos. Con nuestras diferencias que seguirán existiendo. Entre todos, lo cual comportará dificultades que en ocasiones parecerán tan grandes que las creeremos insuperables. Pero tendremos que superarlas.

¿Reconciliados? No lo veo fácil. Reencontrados para convivir en un proyecto común plural, no exento de tensiones y conflictos. Es más factible. Ahí tendremos que repasar y aprender en la práctica, ensayo y error, los usos de la legalidad, de la institucionalidad. Los usos republicanos y democráticos de la igualdad, la justicia, el respeto. Predios de los cuales nos hemos ido alejando, sea a empujones, a tentaciones o a deseos de revancha.

A tal fin, vayamos conjurando los demonios del miedo y el odio, otros gemelos que no se reconocen. Con Santo Tomás, “Paciente no es el que no huye del mal, sino el que no se deja arrastrar por su presencia a un desordenado estado de tristeza.” Ésta, la tristeza, presenta a la persona un peligro, que su espíritu sea quebrantado “y pierda su grandeza”.

Ramón Guillermo Aveledo

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