#OPINIÓN La norma jurídica como conductora #5Jul

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“…Toda actividad, desarrollo o trabajo humano acarrea necesariamente una afectación, positiva o negativa a la sociedad como tal, lo que implicaría su debida normalización y sometimiento a la ley para salvaguardar los derechos del individuo…”

Jorge Puigbó

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Las especies, los seres, desarrollaron comportamientos, actitudes y lenguajes corporales para que los otros los capten, puedan leer e interpretar, lo cual se traduce en una disminución del conflicto, su objetivo principal. El pelo erizado del lomo de un perro y el rabo en posición vertical, indican claramente una amenaza para los demás, en cambio moverlo rápidamente es signo de amistad. El gesto de un puño alzado y un cambio en el rostro, indica agresividad. En general podemos decir que todos los seres vivos, con sus profundas diferencias procuran evitar acciones que traigan, para ellos, consecuencias violentas que pudieren afectar su sobrevivencia o la de su familia, incluyendo la de sus bienes. La razón está muy clara, el instinto de sobrevivir está por encima de cualquier otro. El ser humano ha poseído desde el comienzo de los tiempos unos dones que les podemos dar el nombre que sea e igualmente atribuir su aparición a cuanta cosa se nos ocurra para explicarlos, pero la cuestión fundamental es que, sin esas cualidades de su conducta difícilmente hubiera subsistido. 

Uno de los paleontólogos más importantes de la actualidad, quien dirige en España una investigación llamada Proyecto de Atapuercas en la sierra de su mismo nombre, la cual viene arrojando desde hace años, informaciones más precisas acerca de cómo eran y se comportaban nuestros ancestros, el profesor Ignacio Martínez Mendizábal, confirma una realidad conocida desde hace tiempo, en un artículo de Salomé García en La Vanguardia, España, del 20/05/2023: “Como especie somos bastante limitados. No somos rápidos, no trepamos bien a los árboles… Somos bastante piltrafa, pero tenemos dos cualidades que han hecho posible que nos convirtamos en la especie que domina el planeta. Una es nuestra capacidad tecnológica. La otra es nuestra capacidad de trabajar en equipo y compartir conocimiento…”, “…En la naturaleza hay una cooperación muy intensa entre animales que comparten genes o pertenecen a un mismo clan. Los humanos vamos más allá de nuestro grupo consanguíneo y podemos llegar a colaborar de forma intensísima con otros que no son de nuestra familia, incluso llegar a dar la vida por el bien común”. El paleontólogo menciona que existen en la naturaleza seres capaces de crear “grandes entramados sociales” las hormigas y las abejas son los más conocidos, pero: “Su comportamiento está genéticamente regulado. Quiere decir que ante determinados estímulos van a responder siempre de forma automática con un comportamiento determinado, pero no consciente”. Somos seres intensamente gregarios y plenamente conscientes de nuestra conducta y sus efectos, dotados de una inteligencia superior para poder crear tecnología.

En varias oportunidades hemos mencionado a la antropóloga Margaret Mead y su afirmación de que el hallazgo de un fémur prehistórico fracturado y curado era el primer signo de civilización conocido, debido a que ese ser no hubiera sobrevivido sin que alguien lo hubiera asistido en su largo proceso de curación. Nuevamente esa tesis encuentra un apoyo, por cuanto en la Sima de los Huesos en Atapuercas encontraron un cráneo fósil deforme de un millón y medio de años de antigüedad el cual perteneció a una niña de unos doce años de edad, su anomalía era tal que no permitió el crecimiento normal del cerebro y le ocasionó un grave retraso en su desarrollo neuromotor, el hecho de que hubiera llegado a esa edad es prueba evidente del apoyo que recibió de sus congéneres para poder sobrevivir y de la integración de los grupos humanos. Tzvetan Todorov, sostiene que “…especialistas en la prehistoria y antropólogos que investigan a poblaciones de cazadores y recolectores han comprobado la presencia, en los orígenes de la especie humana, de unas actitudes de compasión y cooperación sin las que nuestros ancestros no habrían podido sobrevivir…”.

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En la medida de que el hombre evolucionaba guiado por su instinto de supervivencia fue descubriendo que la familia extendida era el núcleo esencial para defenderse y que las acciones como asesinar, robar posesiones de otros, secuestrar mujeres ajenas, engañar, creaban conflictos graves e iban en contra de la propia estabilidad de las comunidades haciéndolos mucho más vulnerables frente a un entorno hostil. La fuerza bruta y el miedo a lo desconocido fueron los medios utilizados para exigir e imponer el cumplimiento obligatorio de ciertas normas restrictivas que garantizaran la paz del grupo. Así con el tiempo surgieron personas en el seno de la incipiente sociedad humana que, por su sabiduría y edad se convirtieron en jueces, legitimados por un dogma compartido por la mayoría: ellos administraban por delegación las normas o leyes recibidas de los dioses y por tanto sagradas. El desarrollo de la capacidad mental en los humanos, fue tornándose cada vez más compleja, lo cual, a su vez, produjo un aumento progresivo de las comunicaciones entre individuos y grupos. Los símbolos, los gestos o señas, los sonidos, desembocaron hace unos doscientos mil años en el lenguaje del Homo Sapiens.

Es así que nos encontramos con que la especie humana arrastraba consigo un cúmulo de normas dispersas que la regulaban y con las cuales estaban de acuerdo, surge entonces la necesidad de organizarlas y publicarlas. Hubo que esperar la llegada de Hammurabi sexto rey de Babilonia, una ciudad-estado situada al sur en lo que hoy conocemos como Irak y quien gobernaría desde el 1792 a.C. al 1750 a.C., para que se lograra compilar en un solo texto 282 leyes civiles y penales, las cuales regularían de una forma rigurosa el desenvolvimiento de esa sociedad: el Código de Hammurabi, que, grabado a cincel en columnas de basalto negro, se repartió por todo el reino. De acuerdo a lo anunciado por el rey, él había recibido las leyes de Shamash, dios del sol, la justicia y el inframundo, eran leyes penales muy duras, el castigo al delincuente debía ser igual al daño causado a la víctima: ojo por ojo, diente por diente, la llamada “Ley del Talión”. Fue un código que presentó cuestiones interesantes desde el punto de vista legal, una de ellas fue la instauración de funcionarios nombrados para el cuidado y la ejecución de las leyes, trabajo éste que antes correspondía ejercer a los sacerdotes del dios Shamash, de esa forma el rey se hizo de un poder adicional. Fue por otra parte un intento de evitar que las personas se tomaran la Justicia por su mano y lograr que los jueces actuaran de una manera uniforme en la aplicación de la justicia, incorporando a su vez penas capitales para delitos tales como la estafa, la vagancia, el falso testimonio y la mala práctica para los constructores. Como conclusión, podemos decir que el acto de la autoridad de codificar las normas legales debidamente aceptadas por la sociedad y publicarlas, les otorgaron carácter formal y obligatorio al transformarlas en leyes de cumplimiento estricto, acompañándose de las debidas sanciones que lo aseguraban y, por último, consagra la protección de los derechos del individuo y sus obligaciones para con los demás. Toda actividad, desarrollo o trabajo humano acarrea necesariamente una afectación, positiva o negativa a la sociedad, lo que implicaría su debida normalización y sometimiento a una ley para salvaguardar los derechos del individuo. El ciberespacio y la Inteligencia Artificial aguardan, seguiremos hablando sobre el tema. 

Jorge Puigbó

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