#OPINIÓN Juan Carlos Piña Crespo, eminente científico caroreño #1Abr

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Sí, hace pocos meses escribí sobre la Dra. Emilia Barrios, sobresaliente investigadora de la Universidad de Carabobo y su Facultad de Farmacia y Bioanálisis, mi exalumna del Liceo Egidio Montesinos de Carora, Venezuela, en esta ocasión me referiré al Dr. Juan Carlos Piña Crespo, otro de mis eminentes exalumnos de esa centenaria institución educativa de enseñanza media, laureado con PHD, hace destacada carrera de investigador de punta en el Centro de Investigación de Neurociencia, Envejecimiento y Células Madre, Instituto de Investigación Médica Sanford Bumham, relevante y reconocida institución ubicada en La Jolla, California, Estados Unidos, epicentro de los estudios de neurociencias a escala planetaria.

Juan Carlos fue mi alumno en la asignatura, hogaño desaparecida no sé por qué, de los pensums, llamada Psicología, área del conocimiento que adelanté en cuarto año de bachillerato de la mano del sabio germano-venezolano Ignacio Burk. Sereno y atento, oía con complacencia sosegada mis lecciones sobre el psicoanálisis freudiano, la formación de las ideas en el cerebro humano, la escuela de la Gestalt alemana, el conductismo anglosajón. No logro entender cómo mis clases de esta asignatura motivaron al joven Piña Crespo a decidirse estudiar la más compleja estructura del Universo que es el cerebro humano y las ciencias que con gran vertiginosidad lo acomete: las neurociencias. 

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El hogar torrellero

Hildemaro “Maro” Piña y Rosa Crespo eran sus dilectos padres, amantes de la cultura y sociables en grado extremo. A todos sus cinco alegres y atentos muchachos, tres varones y dos hembras, les dicté conocimientos desde que me inicié en la pedagogía, allá en el ya lejano año 1976, recién egresado de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. 

Recuerdo que su hermano mayor, Hildemaro, El Chino Piña, me pidió en préstamo un famosísimo libro llamado Abstracción y Naturaleza, del teórico del arte Wilhelm Worringer, del cual hablamos amistosamente en los pasillos del Liceo caroreño. Su otro hermano, Jesús, mostraba igual interés por la pintura y más de una vez lo vi interesado en las ya desaparecidas galerías de arte caroreñas. Tiene un hijo que es flamante concertino de la guitarra, instrumento de ciudadanía caroreña. 

Su casa materna era una suerte de popular Ateneo de cultura en el populoso barrio Torrellas, lugar donde se dieron cita continua y entusiasta a conversar de literatura y otras artes, bautizar poemarios, los doctores Guillermo Morón, Luis Beltrán Guerrero, Juan Hildemar Querales, fundador del Ateneo de Carora Guillermo Morón. Lo notable y que es necesario destacar, es la presencia del pueblo humilde en aquellos eventos literarios, una apuesta por la cultura popular que enaltece a estos intelectuales. 

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Después de suculentos y opíparos almuerzos caroreños, disfrutaban tan destacados hombres de letras, de un singular postre elaborado por Rosa Crespo de Piña, un quesillo que hizo las delicias del sibarita Dr. Luis Beltrán Guerrero. Una secreta fórmula aureolaba aquel exquisito yantar, pues doña Rosa era poco dada a compartir los vericuetos de su preparación. Excepción sea que ella permitiera a su vástago Juan Carlos batir los diferentes melados preparatorios, “un ritual lleno de mística y magia, cuanta nostalgia y hermosos recuerdos” me escribe vía Wasap desde California nuestro modesto científico torrellero. 

Egresa como bachiller en ciencias en la promoción Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar en 1983. Su padrino fue el recordado profesor de Castellano y Literatura, Gilberto Agüero. En 1989, año del terrible “caracazo”, egresa Juan Carlos con honores como Médico Veterinario del Decanato de Veterinaria de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, de la ciudad de Barquisimeto, Venezuela, y pasa a formar parte de su cuerpo docente. Realiza allí destacada obra pedagógica. 

Realizó estudios de posgrado en el Reino Unido entre 1993 y 1996 en la University College de Londres (UCL) y su Departamento de Farmacología. En 1998 cruza el océano Atlántico y se instala con su familia en la localidad de aliento hispánico de La Jolla, California, en su prestigioso Laboratorio de Neurobiología Molecular. El Centro de Investigación de Neurociencia y Envejecimiento lo recibirá en 2020. El Departamento de Medicina Molecular del Instituto de Investigación de Scripps. El Centro de Investigación de Trastornos Genéticos y Envejecimiento lo hará en 2022. Toda una deslumbrante y meteórica carrera de investigador en uno de los conglomerados y centros de investigación más avanzados del orbe.

En La Jolla, California

La Jolla, residencia de los grandes investigadores Francis Crick, descubridor del ADN y Premio Nobel, Cliver Granges, Premio Nobel en Economía (2003), Kary Mullis, Premio Nobel de Química (1993), Carl Rogers, pionero de la Psicología Humanística, Jonas Salk, creador de la vacuna contra la poliomielitis, Roger Guillemin, Premio Nobel de Medicina, Erving Polster, pionero de la Terapia de la Gestalt. Es hogar de muchas instituciones educativas: bioingeniería, práctica médica e investigación científica. La Universidad de California, San Diego (UCSD), se encuentra en La Jolla, al igual que el Instituto Salk, el Instituto Scripps de Oceanografía (parte de UCSD), el Instituto de Investigación Scripps y la sede de la Universidad Nacional, el Instituto de Inmunología de La Jolla. Craig Venter estableció allí un distinguido instituto de investigaciones. Recordemos que Venter se ha reconocido por haber sido el creador de vida artificial. 

Sus investigaciones

Con un equipo multidisciplinario proveniente de varios países, Juan Carlos Piña Crespo ha realizado, entre otras, las avanzadas investigaciones en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, una “terapéutica prometedora”, según se estima; los efectos de la nicotina del tabaco sobre la acetilcolina; efectos del glutamato en las dendritas neuronales; ha estudiado células granulosas del hipocampo en ratas recién nacidas; la estimulación optogenética de neuronas humanas; los astrocitos humanos; autoadministración de la metanfetamina; excitotoxicidad a  través de los receptores de glutamato; daño cerebral por hipotermia en anfibios tropicales; convulsiones espinales en sapos; esclerosis tuberosa en roedores; fármacos anticonvulsivos; receptores recombinantes que contienen NR3; intoxicación aguda por amoniaco en ratones, entre otras avanzadas investigaciones. 

Como Becario Pew ha realizado Juan Carlos Piña Crespo investigaciones diversas, en una de ellas dice: La función neuronal y la susceptibilidad al daño celular dependen de que las neuronas expresan repertorios específicos de receptores de glutamato. El patrón de expresión de estos receptores puede ser regulado por la actividad de los canales iónicos. Se han descrito patrones anormales de expresión de genes que codifican subunidades receptoras de glutamato pertenecientes a la subfamilia de canales iónicos receptores NMDA en una serie de trastornos cerebrales. El objetivo de mi trabajo de investigación es investigar cómo la expresión neuronal anormal de subtipos particulares de canales receptores NMDA puede afectar la neurotransmisión glutamatérgica y la susceptibilidad de las neuronas a la muerte celular.

Las neurociencias, puente entre las Humanidades y las Ciencias Naturales

Dicho este impresionante récord investigativo de Juan Carlos Piña Crespo, debo hacer referencia a que el problema de la relación mente y cuerpo ha sido tema central de la filosofía moderna desde el siglo XVII para acá. René Descartes dijo que la glándula pineal era el sitio de unión de la mente con el cuerpo. En su libro El error de Descartes, publicado en 1994, dice el neurobiólogo Antonio Damásio que existe un componente emotivo en nuestras decisiones racionales. La hasta entonces fría racionalidad se impregna de componentes emotivos, una afirmación que haría arrugar el ceño a Emmanuel Kant. No solo el cerebro piensa, adiciona Damásio, sino que el cuerpo y nuestras emociones tienen una función clave en la manera en que pensamos y en la toma de decisiones racional. 

El prestigioso neurólogo portugués Antonio Damasio, del Salk Institute for Biological Studies y la Universidad de Iowa, autor de la fértil idea “el cerebro centrado en el cuerpo” y que se puede expresar de esta otra manera: Si no hay cuerpo no hay mente, idea que nos ayuda a comprender la íntima e indisoluble relación de las manos, el cuerpo y la mente humana.

Cerebro y cuerpo están indisociablemente integrados mediante circuitos bioquímicos que se conectan mutuamente. Sustancias químicas procedentes de la actividad del cuerpo (y de las manos) pueden llegar al cerebro a través del torrente sanguíneo e influir sobre la operación del cerebro (Damasio, El error de Descartes,2001, p.90-91). El cuerpo (y las manos, agrego yo) proporcionan una base de referencia para la mente, agrega Damasio, (p. 208).

La representación de la tercera dimensión, por ejemplo, se engendrará en el cerebro, sobre la base de la anatomía del cuerpo y de las pautas de movimiento en el ambiente p. 218. No existe una separación absoluta de mente y cuerpo, afirma Damasio, lo que constituye el “error de Descartes.” Somos y luego pensamos, afirma el neurocientífico del siglo XXI, y no “Pienso, luego soy”, como dijo el filósofo francés Descartes. Es conocida la afirmación esotérica de Descartes de que la glándula pineal es el punto de unión del alma con el cuerpo.

La consciencia, apunta Damasio, surge a partir de lo que sentimos con el sistema nervioso y con los cinco sentidos. Cómo se siente el cuerpo es el comienzo de la consciencia.

La mano que piensa

Quien escribe se ha interesado en la maravillosa función de las manos en nuestro aparato cognoscitivo. He descubierto que las manos envían señales al cerebro, nuestra mente está encarnada en nuestras extremidades. Ya lo decía Nietzsche: “En tu cuerpo hay más inteligencia que en tu mente.”

 Las manos nos permiten orientarnos en el espacio, que es, según Kant, una forma de la sensibilidad, una capacidad que poseemos para diferenciar, por ejemplo, la izquierda de la derecha. La subjetividad no se puede entender sin su íntima conexión del cuerpo con las manos. Nuestro hemisferio derecho piensa en imágenes y aprende cinestésicamente a través del movimiento de nuestros cuerpos, dice la neurofisiología Jill Bolte Taylor, quien se pregunta: “¿Quiénes somos? Somos el poder de la fuerza vital del universo, con habilidad manual y dos mentes cognitivas.” 

Pues en todo esto se ve confirmado en el análisis que hace en su libro La mano que piensa, sabiduría existencial y corporal en la arquitectura (2012) el arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa (1936) sobre la conexión entre la mano y la mente. Dice éste arquitecto escandinavo que “la mano no es solo un ejecutor fiel y pasivo de las intenciones del cerebro, sino que tiene intencionalidad y habilidades propias”, mientras se queja con razón de que “la modernidad ha estado obsesionada por la visión y ha suprimido el tacto”.

Esta idea me encanta por su poder gráfico: “El ojo y la mano colaboran constantemente; el ojo lleva a la mano a grandes distancias, y la mano informa al ojo en la escala íntima”. Es cierto, creo que no es difícil sentir eso tal como lo describe Pallasmaa: “Normalmente no nos damos cuenta de que existe una experiencia táctil inconsciente en la visión. Cuando miramos, el ojo toca y, antes de ver un objeto, ya lo hemos tocado y hemos juzgado su peso, su temperatura y su textura superficial”.

Siempre me he preguntado si hay alguna diferencia significativa en la capacidad creativa entre escribir un texto a mano a si se hace con un ordenador o una máquina de escribir. Juhani Pallasmaa considera que el propio proceso táctil es una fuente de inspiración, y reivindica el papel de la vaguedad natural, la riqueza expresiva y la vacilación innata de lo hecho a mano, frente a la fría precisión del ordenador. Volver a las manos, pues, nos indica este arquitecto filósofo finlandés. 

Le dejo a mi exalumno de bachillerato Juan Carlos Piña estas ideas, que de seguro le inspirarán otras más cuando esté en su laboratorio de La Jolla, California. Un abrazo cordial. 

Luis Eduardo Cortés Riera

[email protected]

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