Por: Máximo Torero Cullen
Economista Jefe de la FAO y Subdirector General y Representante Regional interino para América Latina y el Caribe
En una región donde durante generaciones el hambre fue una sombra persistente —desde las crisis de deuda de los años ochenta, pasando por la volatilidad de los noventa, hasta los embates recientes del COVID-19— hoy emerge una noticia inesperada y poderosa: América Latina y el Caribe están ganando terreno en la lucha global contra el hambre.
Después de años de avances frágiles e inestables, la región muestra por primera vez en más de una década una tendencia clara y sostenida: la subalimentación se ha reducido del 7 % en 2021 al 6,2 % en 2023, según el informe más reciente sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2024 de la FAO y sus agencias asociadas. Esto significa que 4,3 millones de personas dejaron de pasar hambre, y más de 37 millones superaron la inseguridad alimentaria moderada o grave. Por primera vez, América Latina y el Caribe están por debajo del promedio mundial en este indicador.
Este resultado no es casual. Es el fruto de decisiones valientes, políticas públicas innovadoras y una cooperación regional sólida. La región está demostrando que, con voluntad política, inversión social y visión de futuro, el hambre no es inevitable. Es una elección.
Durante la pandemia, los países latinoamericanos pusieron a prueba sus capacidades: más de 460 medidas de protección social se activaron para contener el impacto del colapso económico. El 60 % de la población regional recibió algún tipo de ayuda, desde transferencias en efectivo hasta distribución directa de alimentos. Y cuando la inflación golpeó con fuerza los precios de productos básicos, muchos gobiernos reactivaron estas redes de protección. América Latina no solo resistió: aprendió, adaptó y protegió.
Uno de los emblemas de esta transformación son los Programas de Alimentación Escolar. Más de 80 millones de niños y niñas reciben alimentos en sus escuelas gracias a una política que une nutrición, educación y desarrollo rural. A través de la Red de Alimentación Escolar Sostenible (RAES), impulsada por la FAO y Brasil, se han transformado más de 23.000 escuelas en espacios de seguridad alimentaria. Más de 9.000 agricultores familiares han sido integrados a las compras públicas, fortaleciendo las economías locales. Esto no es solo política social: es política económica inteligente.
También iniciativas como Mano de la Mano muestran una nueva manera de pensar el desarrollo: identificar territorios con potencial agrícola pero atrapados en la pobreza, y construir inversiones público-privadas que liberen ese potencial. Es una apuesta a que nadie, ningún territorio, quede atrás.
Claro, los desafíos persisten. El Caribe continúa mostrando altos niveles de subalimentación. Las mujeres y las poblaciones rurales enfrentan desigualdades persistentes. Pero esta vez la región no está reaccionando: está anticipando, planificando y ejecutando. Está liderando.
Y no está sola. La Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza del G20, liderada por Brasil con apoyo técnico de la FAO, ofrece una plataforma para llevar estas soluciones regionales al mundo. América Latina ya no es solo una receptora de ayuda: es una generadora de soluciones globales.
En un planeta con recursos suficientes para alimentar a todos sus habitantes, el hambre es una tragedia construida. América Latina y el Caribe están demostrando que es posible desmantelarla.
Hoy, la región más desigual del mundo está dando una de las lecciones más poderosas: con decisión, innovación y cooperación, el Hambre Cero al 2030 no es una utopía. Es un compromiso realizable. Es un futuro que ya comenzó.

Máximo Torero Cullen
Economista Jefe de la FAO y Subdirector General y Representante Regional interino para América Latina y el Caribe