Cada 5 de julio conmemoramos en Venezuela la firma del Acta de Independencia de 1811. Es una fecha cargada de historia y dignidad. Un día de venezolanos valientes, con profunda convicción republicana, decidieron romper los lazos de subordinación con un imperio que los oprimía. No fue solo una declaración formal: fue una afirmación de principios. La independencia no fue un simple cambio de gobierno, fue un grito por libertad, autodeterminación, justicia y soberanía popular.
Sin embargo, dos siglos después, el legado de esa gesta heroica ha sido secuestrado por quienes, desde el poder, se autodenominan “bolivarianos” pero han traicionado cada uno de los valores que Bolívar, Miranda, Páez, Sucre, Roscio, Ribas y tantos otros defendieron hasta con su vida. El chavismo se ha envuelto en los símbolos de la patria para vaciarlos de contenido. Hablan de soberanía popular mientras imponen leyes sin consulta, reprimen a la disidencia y gobiernan de espaldas a la voluntad del pueblo.
Juan Germán Roscio, uno de los ideólogos fundamentales de nuestra independencia, lo expresó con una claridad que retumba hasta hoy: “El derecho que el hombre tiene para no someterse a una ley que no sea el resultado de la voluntad del pueblo de quien él es individuo, y para no depender de una autoridad que no se derive del mismo pueblo, es lo que ahora entiendo por libertad.”
¿Puede hablarse hoy de libertad en un país donde la ley se impone sin diálogo, donde la autoridad no se deriva de la voluntad popular, donde quien piensa distinto es perseguido, silenciado, exiliado o encarcelado? ¿Qué queda de la soberanía cuando se gobierna con miedo al pueblo y se manipulan los mecanismos del Estado para perpetuarse en el poder? El chavismo ha convertido la idea de patria en una herramienta de dominación. Hablan de independencia, pero buscan un pueblo sumiso, resignado, desmovilizado. Uno que aplauda sin preguntar, que obedezca sin reclamar, que sobreviva sin aspirar. Han traicionado el ideal de un país libre, con ciudadanos soberanos que deciden su destino.
Hoy, más que nunca, el 5 de julio debe ser una jornada de reflexión, pero también de reivindicación. No podemos permitir que quienes usan el nombre de nuestros próceres como escudo continúen demoliendo su legado.
La verdadera independencia no puede existir sin democracia, sin justicia, sin alternancia, sin derechos plenos. La libertad por la que pelearon nuestros próceres no se defendía con discursos vacíos ni cadenas de televisión. Se defendía con ideas, con principios, con coraje. Hoy nos toca a nosotros volver a levantar esa bandera. No para celebrar una independencia simbólica, sino para luchar por una que sea real. Una que garantice que el poder nazca del pueblo y esté al servicio del pueblo.
Porque la historia no perdona la traición, no absuelve a la tiranía ni olvida a quienes sometieron al pueblo. Y la independencia no se conmemora solo con actos, se honra con acciones.
Stalin González