Sin siquiera pretender ser la tierrita que botó las sandalias de esta vida ejemplar, llevo a ustedes parte de la biografía de este mártir…
Maximiliano significa:
“El más importante de la familia”.
Es uno de los mártires modernos.
Murió en la Segunda Guerra Mundial. Había sido llevado por los nazis al terrorífico campo de concentración de Auschwitz.
Un día se fugó un preso. La ley de los alemanes era que por cada preso que se fugara del campo de concentración, tenían que morir diez de sus compañeros. Hicieron el sorteo 1-2-3-4 … 9 …10 y al que le iba correspondiendo el número 10 era puesto aparte para echarlo a un sótano a morir de hambre. De pronto al oírse un 10, el hombre a quien le correspondió ese número dio un grito y exclamó:
“Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?”.
En ese momento el padre Kolbe dijo al oficial:
“Yo me ofrezco para reemplazar al compañero que ha sido señalado para morir de hambre”.
El oficial le respondió:
¿Y por qué?
“Es que él tiene esposa e hijos que lo necesitan. En cambio, yo soy soltero y solo, y nadie me necesita”.
El oficial dudó un momento y enseguida respondió:
¡Aceptado!
Y el prisionero Kolbe fue llevado con sus otros 9 compañeros a morir de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días fueron de angustias y agonías continuas. El santo sacerdote animaba a los demás y rezaba con ellos. Poco a poco fueron muriendo los demás. Y al final después de bastantes días, solamente quedó él con vida. Como los guardias necesitan ese local para otros presos que estaban llegando, le pusieron una inyección de cianuro y lo mataron.
“ERA EL 14 DE AGOSTO DE 1941”.
Su familia, polaca, era inmensamente devota de la Sma. Virgen y cada año llevaba a los hijos en peregrinación al santuario nacional de la Virgen de Chestokowa. El hijo heredó de sus padres un gran cariño por la Madre de Dios.
Cuando era pequeño tuvo un sueño en el cual la Virgen María le ofrecía dos coronas, si era fiel a la devoción mariana. Una corona blanca y otra roja. La blanca era la virtud de la pureza. Y la roja, el martirio. Tuvo la dicha de recibir ambas coronas.
Un domingo en un sermón oyó decir al predicador que los Padres Franciscanos iban a abrir un seminario. Le agradó la noticia y con su hermano se dirigió hacia allá. En 1910 fue aceptado como Franciscano, y en 1915 obtuvo en la Universidad de Roma el doctorado en filosofía y en 1919 el doctorado en teología. En 1918 fue ordenado sacerdote.
Maximiliano gastó su vida en tratar de hacer amar y venerar a la Sma. Virgen. En 1927 fundó en Polonia la Ciudad de la Inmaculada, una gran organización, que tuvo mucho éxito y una admirable expansión. Luego fundó en Japón otra institución semejante, con éxito admirable.
El padre Maximiliano fundó dos periódicos. Uno titulado “El Caballero de la Inmaculada”, y otro “El Pequeño diario”. Organizó una imprenta en la ciudad de la Inmaculada en Polonia, y después se trasladó al Japón y allá fundó una revista católica que pronto llegó a tener 15,000 ejemplares. Un verdadero milagro en ese país donde los católicos casi no existían.
“En la segunda guerra mundial la ciudad de Nagasaki, donde él tenía su imprenta, fue destruida por una bomba atómica…. ¡A su imprenta no le sucedió nada malo!”
Los nazis durante la guerra, al invadir Polonia, bombardearon la ciudad de la Inmaculada y se llevaron prisionero al padre Maximiliano, con todos los que colaboraban. Él ya había fundado una radiodifusora y estaba dirigiendo la revista “El caballero de la Inmaculada”, con gran éxito y notable difusión. Todo se lo destruyó la guerra, pero su martirio le consiguió un puesto glorioso en el cielo.
Cuando el Santo Padre Pablo VI lo declaró beato, a esa gran fiesta asistió el hombre por el cual él había ofrecido el sacrificio de su propia vida. Juan Pablo II, su paisano, lo declaró santo ante una multitud inmensa de polacos.
En este gran santo sí se cumple lo que dijo Jesús:
“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, produce mucho fruto. Nadie tiene mayor amor que el que ofrece la vida por sus amigos”.
Quiera Dios que también nosotros seamos capaces de sacrificarnos como Cristo y Maximiliano, por el bien de los demás…
Maximiliano Pérez Apóstol