#OPINIÓN Defender la vida y la paz es el reto más urgente de nuestra era #13Sep

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La humanidad atraviesa un tiempo oscuro. Todo lo que pudo haber significado un avance en derechos, justicia y convivencia está siendo sepultado por la violencia política, el extremismo y el odio. Cada vez más, las discusiones públicas se convierten en trincheras donde lo que importa no es el bienestar común sino la imposición de una visión sobre la otra. Debatir ya no es un ejercicio para llegar al entendimiento, en realidad, se ha transformado en una competencia que busca aplastar al contrario. Y en esa lucha ciega, lo que se olvida es lo esencial: una vida humana no puede valer menos que cualquier ideología o creencia.

El día que entendamos, de verdad, que la vida es el único valor absoluto, ese día podremos comenzar a reconstruir lo que hoy dejamos perder. La política, la economía, la religión o la cultura no pueden estar por encima de la dignidad humana. Cuando el ser humano se convierte en un medio para el poder, la sociedad se degrada y la barbarie termina imponiéndose como norma. Todas las ideas radicales que se imponen terminan causando un gran daño, generando un círculo vicioso que es difícil de romper. 

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La búsqueda de la paz mundial, tantas veces evocada en discursos y tratados, quizá sea hoy lo único verdaderamente sensato. Sin paz no hay progreso, no hay desarrollo, no hay justicia. Sin paz, todo lo demás se derrumba. Por eso urge sustituir las armas y las agresiones por la palabra y el entendimiento. Y algo también muy importante es que la salud mental sea atendida como una urgencia global: sociedades agotadas por la violencia y la polarización no pueden producir nada distinto que más violencia y más polarización. Al final, todo se convierte en una gran tragedia donde nadie gana. 

Venezuela no escapa de esa realidad. Aquí también la política se ha radicalizado hasta volverse irreconocible, mientras las condiciones de vida empeoran. El debate público se ha reducido a gritos, acusaciones y anacronismos. La lógica de derecha contra izquierda, de buenos contra malos, de vencedores contra vencidos, no ofrece soluciones reales. Es un callejón sin salida que solo divide más a una sociedad ya herida por la pobreza, la desigualdad y el desencanto. Los discursos radicales solo nos han llevado a una situación insostenible que mantiene a millones en la pobreza, la zozobra y la miseria. 

La clave está en el entendimiento y la capacidad de aceptar el pensamiento distinto del otro. Reconocer la pluralidad como riqueza y no como amenaza es lo que nos puede llevar a vivir mejor y progresar. Ninguna nación en el mundo ha salido adelante a partir del odio, pero muchas se han reconstruido a partir de la reconciliación y el reconocimiento mutuo.

Venezuela -y el mundo entero- necesitan retomar esa ruta. Es hora de poner la vida en el centro de todo, de defender la paz como principio irrenunciable y rechazar los radicalismos que nos arrastran a la violencia. Seguimos el camino de la sensatez y la convivencia, o terminaremos dejando como única herencia la barbarie que ya empieza a instalarse en nuestras sociedades.

Stalin González

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