No entiende el gobierno lo que está pasando. El planeta le parece “un mundo raro” aunque por razones distintas al de la ranchera de José Alfredo Jiménez.
La internacional Socialista invita al coordinador internacional de la Mesa de la Unidad y le escucha decir que “En Venezuela se usa el poder constitucionalmente recibido para vaciar la Constitución”. Oye a la esposa del preso político Leopoldo López y aprueba, sin votos disidentes, una declaración clarísima sobre Venezuela en la cual aboga por el respeto a los Derechos Humanos, la liberación de López, Scarano, Ceballos y los jóvenes presos, el regreso de los exilados y el fin del acoso a los parlamentarios.
En la misma semana, el Parlamento Europeo, con una mayoría abrumadora formada por populares, socialistas, liberales, conservadores y otros demócratas, emite una resolución en idéntico sentido, detallada, documentada, precisa. Cuando el embajador del gobierno pidió ser escuchado, y lo fue, la eurocámara me invitó pero las dificultades de comunicación aérea de nuestro país se me atravesaron y debí volver en la fecha prevista. La verdad, no hizo falta. El diplomático fue vapuleado por los eurodiputados con preguntas muy bien informadas. Y el texto se aprobó. La libertad de los presos, la justicia, la separación de poderes, la libertad de expresión y los casos de los diputados Machado, Caldera, Mardo y García fueron contemplados. Después la Alta Representante europea para política exterior Federica Mogherini insistió, hay preocupación por las detenciones arbitrarias venezolanas.
The New York Times, tantas veces vituperado por la artillería oficialista, publica queja del más intolerante de los voceros de la intolerancia: han sido “rechazados por Washington”, aunque “no le hemos hecho nada”, y cataloga como sanciones contra Venezuela, que a algunos de ellos les congelen cuentas o les suspendan visas. Y ese mismo día, perplejidad, desconcierto, se sabe que por dieciocho meses, el gobierno de Raúl Castro venía conversando con el de Obama. El régimen cubano habla y acuerda con quien firma la ley que sanciona a los camaradas. Washington y La Habana anuncian simultáneamente un entendimiento, y los sagaces estrategas de la revolución criolla en la luna.
No entienden la economía, y nos han metido en este laberinto de escasez e inflación. No entienden la política porque creen que es la guerra. Y el mundo les parece incomprensible. Los raros, en realidad, son ellos.
