Ráfagas – Tin marin de do pingue

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El manejo político de la grave dolencia presidencial por parte del oficialismo, en su reticencia a una información sincera y veraz que disipe la incertidumbre en el ámbito político nacional y por ende en el electorado, como consecuencia de la enfermedad del paciente cubano; indiscutiblemente obedece a una fina estrategia cocinada en esa olla de arroz con mango y mojito cubano, que vienen rebullendo los artífices de la llamada revolución del Siglo XXI.

En efecto, la propaganda oficial ha manejado políticamente el curso de la enfermedad que acongoja al paciente cubano, en un esfuerzo denodado tendente, no solo a distraer la atención del electorado sobre la bella jornada del 12 de febrero y su positivo impacto profundo en la conciencia democrática del venezolano; sino también, tratando de evitar que la campaña del candidato de la oposición, ocupe, ante la forzada ausencia del paciente cubano, el primer plano informativo en los medios de comunicación nacionales e internacionales, lo cual redundaría en beneficio de la opción opositora.
Tal maniobra de distracción viene a ser un peligroso recurso cuyos efectos en la «revolución bonita» pudieran ser más de signo negativo que positivo. El «ven a mí que tengo flor», a mi entender, no constituye agradable atractivo, cuándo las flores son negras. La funesta enfermedad del Presidente, barajada en forma política, ha logrado ciertamente desplazar como primera noticia el exitoso evento electoral, pero no así, desenterrar de la mente de los venezolanos pensantes, la semilla democrática sembrada con ese espléndido acontecimiento.
Ante el escenario desplegado con la enfermedad del paciente cubano, por la recurrencia del cáncer que motivó dos intervenciones quirúrgicas anteriores, los pronósticos de su curación trasciendan en un tiempo indefinido y ello genera la duda, de si tal maledicencia pueda impedirle competir en la campaña con miras a las elecciones de octubre. De ser la respuesta asertiva, surge la inevitable interrogante: ¿Quién le sucederá?
La respuesta a esta pregunta es más aleatoria e impredecible aún, que la misma evolución de la enfermedad del mandamás. Por cuanto ésta última conlleva una connotación científica cuyo diagnóstico puede arrojar una respuesta con muy poco margen de error, y del cual parece haber ya, irrebatibles dictámenes médicos. En cambio, la elección del candidato que habría de suceder a Chávez, habrá de depender, casi en forma absoluta, de la voluntad de un único elector, quien en ejercicio de la dedocracia y en un tin marin de do pingue, escogerá sólo uno entre los acólitos de su preferencia.
Por tal razón, los respectivos aspirantes, mueven sus piezas entre bastidores con miras a ganarse el favor del caudillo, y por tratarse de la conquista del ansiado poder, es de esperar que todas las maniobras y estrategias sean válidas, en aplicación de la consabida frase atribuida al florentino Machiavelli, de que el fin justifica los medios.
Desde un punto de vista jurídico, la sucesión está prevista en forma indubitable en nuestra Carta Magna, correspondiendo ella al Vicepresidente o al Presidente de la Asamblea Nacional respectivamente, según la ausencia sea temporal o absoluta. Pero en el ámbito político, no hay nada predecible, y «Cuándo la quebrada suena, piedras trae», por ello en los corrillos del oficialismo esta lucha por la sucesión se oye como el agua en «el rumor de las piedras»- la película de Alejandro Bellame-, sonido por supuesto, agradable para unos y angustiante para otros .
Dentro de los posibles candidatos para el caso de que Chávez forzosamente retirara su candidatura, sólo uno habrá de sobrevivir, sólo uno habrá de ser ungido por la voluntad de la dedocracia. El resto se limitaría -por el momento- a expresar como gladiadores, ante su condena a muerte política, «Ave, Caesar morituri te salutant».
Mientras habrá que darle tiempo al tiempo, «él es el mejor autor, siempre encuentra un final perfecto».

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