Sin tregua – Barbarie vs. civilización

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Por escatología, según el Diccionario Sopena de la Lengua Española, debemos entender en su primer significado que se trata de “un conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”. Y en una segunda acepción encontramos la connotación de “referente a los excrementos o inmundicias”.

Pues bien, aquel vocablo sobrevoló mi azotea frente a dos insólitas proezas de ciertos delincuentes y hechiceros rojos, que hacen gala de su barbarie al atentar contra figuras históricas e instituciones, cada vez más respetadas por la mayoría de los venezolanos.

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Ambas acciones fueron consumadas con la complicidad de la noche. La “revolución” ha confirmado que la nocturnidad es elemento fundamental de los que profanan tumbas y de los que esparcen sus inmundicias en los pocos espacios de libertad, que sobreviven en esta tiranía. Seguramente un analista de las patologías mentales hablaría de coprofilia, que es una tendencia en ciertos alienados a complacerse con el contacto con sus excrementos o con los de otros…

Las parrafadas de arriba vienen a cuento por las denuncias formuladas por los deudos de dos figuras históricas: Rómulo Gallegos e Isaías Medina Angarita. Sus descendientes repudiaron, públicamente, que las tumbas de estos presidentes fueran profanadas por quienes además de romper las lápidas, también sustrajeron parte de las osamentas. Otro acto escatológico fue perpetrado contra El Nacional, cuya fachada fue embarrada con excrementos por quienes se complacen en exhibir sus miserias.
Uno se pregunta, qué mueve a alguien a ir un cementerio en horas de la noche y romper una sepultura para robarse unos huesos.

Tiene que haber una motivación muy fuerte para vencer los temores, y traspasar el umbral de un camposanto para cometer semejante delito. Vox populi se comenta que esta colonia castrita es también un gigantesco santuario de la palería, convertida junto con la santería, en religiones oficiales de la apátrida cúpula Madurocabellista.

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Y es que como en cualquier proceso de conquista y colonización es menester imponer, igualmente, las creencias y fetichismos de la metrópoli. Y así ha ocurrido durante estos 17 años. No se es nada original al afirmar que las debilidades de la cúpula roja han sido exprimidas hasta el extremo por ese nonagenario lobo insular, que todavía concita la obsecuencia de atolondrados “revolucionarios”, que no han dudado en entregarle un país como Venezuela, para que lo conviertan en su patio trasero y en su seguro proveedor de los petrodólares, necesarios para seguir esclavizando al sufrido pueblo cubano.

Rómulo Gallegos el escritor, humanista, maestro, político y presidente, no daría crédito a que en este siglo XXI su país haya descendido a los infiernos del primitivismo y la barbarie. Justo, contra lo que él luchó y dejó claramente contrastado en Doña Bárbara, esa novela emblemática de la literatura hispanoamericana, publicada durante la brutal dictadura de Juan Vicente Gómez.

Medina Angarita también se sorprendería si pudiera ver el país que gobernó, donde demostró que se puede ser un militar decente, honesto e inteligente. Es la imagen que tenemos de un presidente que contribuyó a que Venezuela entrara al siglo XX, después de una permanencia en el XIX que se prolongó hasta 1936, luego de la muerte de Gómez. Por cierto, situación perfectamente extrapolable a estos tiempos de “revolución”, que han impedido que Venezuela entre de lleno en el siglo XXI.

Este es, pues, un régimen escatológico, necrófilo, animista, palero y santero, términos que convergen en el campo semántico de este despotismo-militarista, que constituye una verdadera tragedia para un pueblo que transitó los caminos de la civilización, y que ahora está hundido en la más bestial barbarie, impuesta por una cúpula roja apátrida, inepta y corrupta.

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