Rostros de la violencia: Habrá justicia, cuando los jueces dejen de venderse

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María de Los Ángeles Perozo Giménez vio su juventud hecha pedazos cuando fue presuntamente abusada por un cabo primero de la Policía Estadal, la mañana del 16 de noviembre de 2005, día del cumpleaños de su abuela Jorgelia, quien ahora tiene 93 y sigue siendo afectada gravemente por lo ocurrido a la joven, al igual que su madre, sus hermanos y el resto de la familia, quienes no renuncian a la esperanza de hallar justicia.

Comienza un vía crucis
De acuerdo a la información que maneja la familia de María, ella se encontraba en un cybercafé cercano a la entrada del Hospital del Seguro Social “Dr. Juan Daza Pereira”, en la carrera 13 entre calles 49 y 50, cuando una compañera de clases le presentó al funcionario, quien aprovechó su autoridad para llevársela bajo engaño y amenaza entre 8:30 y 9:00 de la mañana. “Fue raptada sólo por unas horas y casi la matan”, señaló indignada Luzmila Jiménez, de 57 años, madre de la víctima.
Al mediodía de ese mismo día, María fue abandonada en la avenida Fuerzas Armadas. Cuando su progenitora logró localizarla, la trasladó, mal herida, al Hospital “Dr. Pastor Oropeza” de IVSS, donde fue llevada a una habitación sin recibir atención inmediata, y tan pronto como mencionaron que se trataba de una violación, aparecieron efectivos policiales, a quienes no se les permitió el ingreso.
Entre ellos estaba el presunto perpetrador del hecho, quien se acercó a la madre de la adolescente para que le dejara verla, a lo que Luzmila aceptó, pero sólo si ella también estaba presente.
Al ingresar ellos a la sala, María fue invadida por una sensación de horror. Para ese momento la joven ya le había dicho a su madre el nombre del atacante y en la mano con la que apretaba la de su madre, aún sostenía algo que le pertenecía a él.
En ese momento el agente se identificó y fue entonces que Luzmila comprendió lo que trataba de decirle su pequeña. El perpetrador se había delatado.
Conducida por el instinto maternal, la señora Giménez sacó a golpes al efectivo, quien aún en esas circunstancias se atrevió a ofrecerle dinero a cambio de que no lo denunciara ante las autoridades.
“Cometí un error al dejarlo subir, mi hija me apretó las manos cuando lo reconoció y comenzó a gritar ¡Que se vaya! ¡Que se vaya! Empecé a empujarlo, a darle patadas y hasta traté de tumbarlo por las escaleras, pero él se burlaba de mí”, expresó consternada.
La madre enardecida amenazó con reportarlo ante el entonces director de Polilara, Jesús Rodríguez Figuera. La respuesta del ahora exfuncionario e imputado fue: “Él ya está acostumbrado a ese tipo de cosas”.

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Laberinto tribunal
Cuando se inició el proceso legal contra el funcionario, los juicios eran a menudo diferidos, y en cada ocasión sólo faltaba que María declarara, pero ni el imputado ni sus defensores se presentaban.
La madre de la joven afirma que el equipo legal del expolicía maneja, hasta la presente fecha, una estrategia para lograr que siempre se reinicie el juicio.
“El 18 de septiembre tendrá lugar el próximo juicio, el cual estaba pautado para el mes de julio, pero que fue diferido debido a 107 juicios continuados que requerían atención”, acotó Luzmila.
Recordó, además, que las pruebas producto de las experticias realizadas por el Cicpc permanecieron en la sede de este organismo durante todo un año, antes de que ella misma tuviera que trasladarlas a la Fiscalía, pues en el ente policial alegaban no tener tiempo para hacer el envío debido a los numerosos casos.
La madre de la joven ultrajada afirmó también que su caso ha pasado por todos los tribunales en Barquisimeto, pero no se ha obtenido ningún resultado hasta el momento. “Justo cuando falta la última parte, el caso se cae”, añadió con impotencia.
A pesar de la rotación de jueces en los tribunales, la cual ha constituido un obstáculo para proseguir el juicio, Luzmila comenta que aún tiene los mismos escabinos de cuando se inició el proceso legal, aunque afirma que no se le permite conversar con ellos.
Como si esto no fuera suficiente, durante las audiencias del tribunal, ha tenido que enfrentar la situación completamente sola, ya que por órdenes del fiscal, se ha decidido presentar a la joven a última hora, ya que si se anuncia una fecha específica, el imputado y su abogado podrían no presentarse alegando hallarse fuera de la jurisdicción para el día citado.

Cicatrices de la violencia
Ahora con 23 años, María no sólo tiene que seguir luchando contra los terribles recuerdos de lo ocurrido, sino que también debe lidiar con los problemas de salud ocasionados por el terrible maltrato físico que soportó a manos del exfuncionario policial hace 7 años.
La joven es la segunda de tres hermanos, y la única hija de Luzmila. Tuvo que ser sometida a cirugía mayor tras el hecho criminal, pero, además, desde los 4 años de edad sufre de esclerodermia panesclerótica acral, mal que le ocasiona dificultades motoras especialmente en sus piernas y que también le ha afectado la columna.
Tras el incidente, la joven asistió al Programa de atención al niño y adolescente en circunstancias especialmente difíciles (Panaced), en el Hospital Pediátrico “Dr. Agustín Zubillaga”, donde ha sido atendida hasta la fecha por la doctora Emil Manríquez, cuyas consultas y recomendaciones, sumadas al enorme apoyo de su familia, le han permitido continuar con su vida a pesar de los traumáticos recuerdos.
“En Panaced se ven muchos casos de niñas que han sido abusadas, y con el tiempo aprenden a bloquear todos los recuerdos de lo que les ha pasado a modo de autodefensa. También hacen planes vacacionales en los que participan las víctimas en juegos que les sirven de terapia, al tiempo que se les permite a los representantes compartir sus experiencias”, explica la madre de la ahora joven mujer.

Recobrando  el rumbo de su vida
A pesar de todos los obstáculos debido al mal que la acoge, y del incidente traumático que le ha dejado cicatrices físicas y mentales, María logró graduarse de bachiller, y aunque no ha podido conseguir cupo para ingresar al Instituto Tecnológico Fermín Toro, su sueño es seguir la carrera de educación preescolar, y para ello tiene la esperanza de lograr una beca que le permita costear sus estudios.
Cuando el proceso en la Fiscalía estaba comenzando, Luzmila llevaba a su hija a las audiencias, pero el fiscal le pidió que no la trajera más, porque para la joven estar ahí significaba revivir lo mismo una y otra vez.
Resalta la madre que una de las cosas que le ha permitido a María recobrar un poco el sentido de su vida, es su gran destreza para las manualidades.
“Ha dedicado parte de su tiempo en estos 7 años a elaborar chupeteros, piñatas e incluso collares, para lo cual le he comprado materiales, a fin de que pueda mantener su mente ocupada, tal como recomendó la doctora Emil Manríquez. Debe estar concentrada en algo, porque de lo contrario puede ponerse a pensar en muchas cosas del pasado. Afortunadamente, ella pueda hacer cualquier cosa con sus manos, es muy diestra”, reitera.
La progenitora de María no puede más que destacar la valentía de su pequeña, cuyas primeras crisis nerviosas, tras el atroz suceso, fueron terribles, y aun así fue capaz de seguir las indicaciones de los tribunales, ir a los consultorios de un sinnúmero de médicos y ser interrogada en el Instituto Nacional de la Mujer, donde también fue interrogado el imputado.

Comité de víctimas: apoyo invaluable
Pocos meses después del incidente, Luzmila Perozo se unió al Comité de Víctimas contra la Impunidad, en donde conversó con César Vizcaya y Ninoska Pifano, dos de los muchos miembros del CVCI, con quienes ha mantenido una estrecha relación de apoyo mutuo, y aunque ella ya no es tan activa como hace unos años, todavía contribuye a luchar para que se den los juicios, a pesar de que muy pocas veces se logra obtener una sentencia.
“He recibido mucho apoyo del Comité de víctimas. Actualmente me he retirado un poco de las actividades con ellos, pero conocen mi situación y yo estoy al tanto de lo que hacen. Sólo puedo asistir cuando alguien más cuida a mi madre, quien sufrió una fractura de cabeza de fémur y estará postrada en cama por el resto de su vida. César Vizcaya sigue siendo mi principal enlace en el grupo, cuyos miembros continúan con su lucha a pesar de lo corrompido que está el sistema de justicia. Los jueces están en su mayoría vendidos”, comenta.
Expresa con decepción e impotencia que, a pesar de todos los esfuerzos hechos, aún no logra ver resultados. “Todo empieza a marchar bien cuando se inicia un nuevo proceso de juicio, pero de repente se estanca. Cada vez que pienso en dejar las cosas así, los compañeros del Comité de Víctimas me alientan a seguir adelante”.
Explicó que participar en el CVCI les permite a los miembros convertirse en psicólogos para ayudar a otras personas que también han sufrido pérdidas a manos de la violencia y cuyos victimarios no han sido debidamente juzgados. “Se trata de brindar apoyo mutuo. Se ofrece asesoría para saber dónde deben hacerse los trámites y averiguar dónde ha caído el expediente.
Gracias a esta iniciativa, ha sido posible entrevistarse con fiscales de Caracas e incluso ir a la Defensoría del Pueblo”, enfatiza.

Justicia que humilla  y no sentencia
Luzmila sospecha que el sujeto implicado puede seguir siendo parte del cuerpo policial del estado Lara. Es así que relata cómo en una ocasión logró acercarse, en un lugar público y en compañía de su hija María, hasta el entonces director de Polilara, Jesús Rodríguez Figuera, para comunicarle directamente lo ocurrido a su pequeña, a lo que el comandante replicó, con actitud molesta y escandalosa, que “vería el caso”, pero eventualmente fue engavetado en el departamento de asuntos internos.
Durante los siete años que ha durado el proceso, el presunto perpetrador del ultraje ha permanecido completamente libre, incluso cuando ha sido imputado al menos en tres ocasiones, debido precisamente a que en un principio nunca se presentaba a las audiencias.
Sin embargo, la madre de la joven ha guardado registros de toda la acción legal y las informaciones publicadas en los medios, aunque para evitar recordarle a su hija lo sucedido, prefiere mantenerlos bajo llave.
Ante la falta de respuesta de las autoridades, afirma: “Me han doblado las rodillas, me han hecho llorar una y otra vez. Es una gran sensación de impotencia, pero por el bienestar de mis hijos me repongo nuevamente”.
Cuando el imputado declaró por primera vez, aunque no bajo juramento, Luzmila sintió todo tipo de cosas, ya que el acusado afirmaba que su hija lo había buscado y que desde hacía tiempo salía con él a todas partes.
“Intentaba hacerla parecer un trapo sucio, cuando ella ni siquiera lo conocía, pero gracias a las declaraciones de una compañera de clases, fue posible descubrir que el funcionario estaba mintiendo, pues la otra chica, que también en ese momento era adolescente, confesó que era ella quien lo conocía y le había enviado a María”, comenta con dolor.
Es inevitable percibir el dolor de la madre cuando describe lo insoportable que fue escuchar las palabras del expolicía, “en ese instante, oyendo todas las cosas horribles que decía ese hombre sobre mi hija, sólo podía mirar hacia arriba y, a veces muy brevemente, voltear a ver la expresión lánguida en el rostro del juez, inmutable ante las afirmaciones del imputado, como si no le importara lo que se afirmaba, ni lo que había pasado”.
Con todas estas malas experiencias a cuestas, la actual rutina de la Luzmila sigue consistiendo en ir a la Fiscalía y hablar con los funcionarios.
“Originalmente se llevaba el caso por la Fiscalía Vigésima del Ministerio Público del estado Lara, y aunque aún permanece en manos de la doctora Reina Vidosa, también he interactuado con uno de sus auxiliares, quien ha realizado una labor con mucha dedicación, pero desafortunadamente muchas cosas escapan de sus manos, pero no me daré por vencida y no descansaré hasta ver al hombre que le hizo esto a mi hija en Uribana”, dice decidida.

Acoso enfermizo
Tras todo este tiempo y a pesar de la injusticia del hecho, el acusado sigue acosando a la víctima actualmente vía telefónica, incluso cuando ella ha cambiado su número en varias ocasiones.
“Cuando se iniciaba el proceso legal, el exfuncionario también solía apostarse por unos momentos, en su carro, frente a nuestra casa”, indica Luzmila.
Explica que fue necesario asignarle custodios a María, los cuales fueron retirados hace poco más de un año, y ahora con los altos niveles de inseguridad en la calle, se le ha hecho más difícil salir.
Y aunque Luzmila asegura que el policía imputado le huye a ella todo el tiempo, aún no puede impedir que cuando su hija lo ve le den náuseas y caiga en otra crisis nerviosa.
Perturbada, la madre de la joven rememora cómo su hijo menor fue secuestrado sólo un año después del crimen, por lo que la familia vivió casi lo mismo, una vez más, y María se vio profundamente afectada, no pudiendo evitar pensar que el hecho tendría que ver con las amenazas del imputado.
El joven, que entonces sólo tenía 16 años y ahora ya cuenta con 22, fue drogado y cuando finalmente lo reunieron con su familia, tuvo que ser hospitalizado. La fiscal que lleva el caso, le informó a Luzmila que este hecho era una clara medida para amedrentarlos.
El dolor ha unido a la familia
Una de las personas que declaró a favor de María, al principio de las acciones legales, fue el médico forense, quien dio testimonio del salvajismo con el que fue ultrajada la joven, quien ha podido sobrellevar lo acontecido, gracias en gran parte al apoyo constante de su madre, sus dos hermanos, su tía, quien regresó de Estados Unidos para ayudar a cuidarla a ella y a su abuela, y, por supuesto, su difunto padre, Juan Perozo, quien falleció sólo tres años después del vil hecho, y cuyo deceso se lo atribuye Luzmila al no haber podido soportar lo que le pasó a su pequeña.
“Es un dolor muy grande. Uno sueña con que su hija se case como Dios manda, pero que le arrebaten la alegría de vivir de esa manera…, ella jamás ha vuelto a sonreír como solía hacerlo. Todavía cae en crisis nerviosas, y cuando eso ocurre, debo tratar de vivir su sufrimiento y eso duele demasiado, aun cuando ya han sido 7 años y lo peor parece haber pasado”, expresa entre lágrimas.
Luzmila, notablemente afligida y con algo de resignación, señala que lo ocurrido a su hija quizás pasó para que ella, como madre, se diera cuenta del peligro e inseguridad que imperan en la calle. “Mandamos a estas chiquillas a clases y no estamos pendientes, y el resultado de esto es que algunas terminan siendo violentadas”.
Afirma que a todo su núcleo familiar le cambió la vida. “Todos lloramos y hasta proferimos palabras violentas contra el perpetrador, pero al final logramos unirnos más, porque nos dimos cuenta que lo más importante era no abandonar a María y darle todo el apoyo que necesitara y, sobre todo, no recordarle el pasado para poder continuar con nuestras vidas”.
Luzmila sólo puede añadir que sus principales fuentes de fortaleza son Dios, su familia y el Comité de Víctimas contra la Impunidad, al que denomina su otra familia, por todos los consejos que le han dado. “Seguiré trabajando con ellos hasta lograr mi objetivo”, enfatiza.
“Pido que se haga justicia, que los jueces sean correctos y dejen de venderse. Que el culpable sea castigado, esto es lo único que deseo. No sólo se trata del caso de mi hija o de mí, pues hay muchas mujeres y personas a quienes no se les hace justicia, porque no las escuchan, sólo les toman el pelo”, concluye esperanzada.

Ilustración: Dalver Santeliz

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