Entramos al edificio del Planetario, donde todo está oscuro. De pronto, se comienzan a insinuar los pálidos destellos multicolores de dos estatuas humanas de plástico transparente. Una voz en off nos invita a sentarnos para iniciar un viaje inédito.
Comienza explicándonos cada uno de los órganos del hombre y de la mujer, a la vez que éstos se encienden al unísono para destacar su presencia. Nos detallan la función que desempeñan y lo que aportan al conjunto. La importancia del corazón, del cerebro, de los órganos sexuales, del aparato circulatorio y respiratorio, monopolizan la mayor parte del tiempo.
El corazón, de color rojo oscuro cambia de tamaño al latir. El narrador dice que, sus fibras, más que de carne, son de amor. Allí anidan los buenos y malos sentimientos. Es como el centro de la vida afectiva. Los sentimientos, las emociones y las pasiones se originan de allí después de haber interiorizado los estímulos que los encienden a través de los sentidos: vista, tacto, gusto, olfato y oido.
Hay que montar guardia en esas “ventanas” hacia el exterior, para que no entre algo que pueda hacernos daño a nosotros o a los demás. La vista y el tacto escanean el ambiente que nos rodea. La inteligencia discrimina lo conveniente y, la voluntad, -ambas espirituales- dan luz verde para ejecutar las decisiones tomadas.
En el cerebro se procesa desde el punto de vista neurológico lo que se recibe por los sentidos. A partir de esos datos se elabora el lenguaje y somos capaces de comunicarnos con los demás. Todos estos elementos actúan en equipo y se complementan para que el conjunto resulte beneficiado.
Los aparatos respiratorio y circulatorio intercambian el oxígeno en la sangre y llevan ese alimento vital hasta los más lejanos rincones del cuerpo, Y así, hombre y mujer están preparados para cumplir el encargo de llenar la tierra.
La sexualidad humana, genitalmente igual que la del animal, alcanza categoría humana cuando se enlaza con el misterio del amor, esencial en la existencia humana y fuente de la verdadera felicidad. Si el único objetivo de la sexualidad humana fuera obtener placer y separarlo voluntariamente de su fin que son los hijos, sería inexplicable que la mujer tuviera un mecanismo tan complejo:
Una matriz que continuamente se renueva y se prepara, como la tierra esperando la semilla o, en otro simil fácilmente comprensible que “pone la mesa” esperando un posible invitado. Si el invitado no llega, se expulsa al exterior el ya innecesario endometrio. Es decir, se recoge la mesa hasta que, en otra ocasión, la invitación sea definitivamente aceptada por el huésped.
Terminó la función. Al salir, se encendieron todas las luces del teatro donde en otras sesiones nos explicaron el universo con todas sus riquezas: las galaxias, lo otros planetas, la luna, el sol, las estrellas. Pero, lo más importante, el hombre, ya lo habíamos estudiado. Es el verdadero centro. Para él han sido creadas todas las cosas.
Yo puedo explicar lo suprabiológico en clave biológica; y entender la biología como procesos químicos y expresar lo químico de forma matemática. Ahora bien, lo que siempre se preguntará cualquier lector medianamente crítico es qué tiene que ver el carbón, el hidrógeno, las neuronas y las expresiones matemáticas de sus procesos con algo tan poco matemático como sostener la más inocente de las conversaciones, entender un chiste o captar el cariño de una mirada. (Ayllón).
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@oswaldopulgar
#Opinión: Una historia jamás contada Por: Oswaldo Pulgar Pérez
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