#Opinión: Bolas vemos, cuerdas no sabemos Por: Zacarias Zafra

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Alcanzar las cumbres sin tropiezos es como esos encuentros que, aún exacerbando el erotismo, jamás consiguen el placer. Hay hazañas que se repiten en las memorias y pertenecen a otro orden, al de lo sublime o lo incomprendido. Hay otras cuya popularidad viene por otros caminos, no precisamente deshonrosos, pero sí más cómodos. Tal es la persecución de la supervivencia, representada hoy por dos cuerpos a riesgo de muerte: el Club Deportivo y la Orquesta Sinfónica de Lara.
Más allá del llanto nervioso de los fanáticos y las espuelas heroicas de sus patrocinantes, la crisis presupuestaria del CD Lara estimula interesantes reflexiones en torno a la cultura y su particular forma de apropiación por parte del ciudadano de estas tierras. Mientras los medios reseñan indeteniblemente los peligros de extinción del equipo estelar, a medida que salen nuevos empresarios ofreciendo jugosos aportes y se forman acaloradas discusiones legislativas en torno al futuro de los goleadores, un patrimonio inestimable amenaza silenciosamente con desintegrarse. La música y el talento, aunque siempre irrefrenables, se diluyen en un vergonzoso desamparo.
Según los cálculos de la pulpería, un millardo en balompié es inversión. Lo mismo para una orquesta, ya de entrada impensable, es un despilfarro. ¿Entonces, ante cualquier escenario, habría que plantear un torneo entre las orquestas del país o disponer de un balón para hacer una caimanera en los ensayos (cuerdas contra metales los miércoles, por ejemplo)? ¿O tocar en los campos de fútbol y estudiar Brahms en las porterías para sintonizarse al nivel de las conciencias y merecer la gloria de los presupuestos? Lejos de cualquier distracción, esto revela el peligro que corre la cultura al no constituir siquiera una opción en los listados de la región. (¡Cuánto harían falta aquí los verdaderos hinchas de la música!).
Cada quien tiene el derecho de llorar a su muerto como mejor le dicte la angustia (finalmente somos libres en el deseo y el sufrimiento), pero no deja de ser inquietante pensar que el apelativo de “Capital Musical de Venezuela” quizás nos quede muy grande. Que esta sea simple comarca de donde emigran los talentos, infértil progenie de gigantes, madre biológica luego olvidada desde los laureles del divismo, esposa abnegada a la que los fugados miran con nostalgia pero a la que no ofrecen más que una serenata repetida en procesiones y cuaresmas.
En la Venezuela del divorcio, sólo nos queda la hazaña incomprendida del arte como tarea de descubrimiento. Acaso sea ese el sacrificio oculto en la aparente gratuidad de la belleza.

www.zakariaszafra.com

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