A veces pienso que Haití más que un país es una verdadera desgracia, una hechicería retrucada de vudú, una maldición blanca por haber declarado tempranamente su independencia del colonialismo esclavista europeo. Los datos y las circunstancias más recientes parecen confirmarlo: su economía es la más pobre de todo el continente americano y una de las más desfavorecidas del mundo. El 80% de su población vive bajo el umbral de pobreza y dos tercios de ella son dependientes del sector de la agricultura y de la pesca, tradicionalmente organizado en pequeñas explotaciones de subsistencia, fragilizadas por la carencia y empobrecimiento del suelo disponible, y de la ayuda exterior. Las devastadoras tormentas tropicales y el terremoto del 2010 afectaron a las escasas infraestructuras de comunicaciones que, a imagen de los sectores industriales y de servicios, sufren de la carencia de inversiones sostenidas por culpa de la inestabilidad política, los fenómenos naturales y la violencia institucionalizada.
La pobre y desafortunada república no sale de una desgracia: llámese Papa Doc, pronúnciese terremoto de 6.9 grados, denomínese huracán o tormenta tropical, o simplemente inundación o marejada. Muy comprensiblemente, los haitianos buscan emigrar para ver si consiguen una vida mejor a la que la naturaleza y sus gobernantes le prodigan: República Dominicana, Canadá, México, Jamaica, los EEUU y la propia Venezuela son países receptores de la desesperada emigración haitiana.
En Caracas, resulta cada vez más frecuente ver a los emigrados haitianos empujar sudorosa y vigorosamente, día tras día, subida tras subida, hora tras hora, un carrito de helado de marca conocida –no es Coppelia que todavía no hay, a pesar de todos los regaños, broncas y rapapolvos del goloso comandante- cuya campanita suena repetidamente con ritmo de esperanza.
Un conocido, muy versado en asuntos penitenciarios, me informa que en el último conclave de pranes soberanos celebrado en Tocuyito, se decidió otorgarle inmunidad absoluta a los heladeros haitianos, so pena de muerte. Por fin, estos sufridos seres ganaron una: gozan todos en la violenta V República de una protección eficiente, de una inmunidad absoluta, que no ostenta ni siquiera la familia presidencial.
Más de un acreditado y temeroso embajador piensa para sí: ¡Quién fuera heladero haitiano!
#Opinión: La inmunidad de los heladeros haitianos Por: Enrique Viloria Vera
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