Cuarenta años continuos disfrutamos los venezolanos de plenitud democrática. Sin desconocer, por supuesto, sus debilidades. Pero asimismo supimos de sus inmanentes fortalezas.
La conquistamos después de veintidós años de avances y retrocesos. Más de estos que de los primeros. Ocurrió en enero. Específicamente el 23 de dicho mes, en 1958. Hasta diciembre de 1998, la vigencia y perfectibilidad progresiva del sistema, aunque lento, fue una realidad incontrastable. Tanto fue así, que sus principales adversarios aprendieron a quererla y a defenderla. Incluso a plagiarla.
A partir de 1999, el pueblo, después de haber escuchado muchos ruidos contra la democracia, y de culparla de los problemas magnificados por detractores y resentidos frustrados de la época, la colocó en manos de conocidos golpistas y caballos de Troya, quienes retrasaron la meta de destruirla desde dentro, utilizando para ello, de la manera más perversa y descarada, los mismos medios y procedimientos que la habían hecho fuerte. De este modo entraron, se apoderaron de ella y comenzaron a extirparle las entrañas.
Ese proceso de destrucción de adentro hacia afuera, avanzó sin tregua durante catorce años ininterrumpidos. En ese tiempo, dos de sus valores imprescindibles quedaron en el camino. La elección de funcionarios para cumplir cortos períodos, sin reelección inmediata (principio fundamental de la Alternabilidad gubernamental) y la separación de los Poderes Públicos nacionales (inmutable principio republicano). Es decir, quedó abierta la puerta para que una sola persona pudiera perpetuarse en un cargo electivo. Práctica antidemocrática per sé.
Ironías del destino de un pueblo que aún tiene en el subconsciente las taras de la esclavitud. También en enero, pero esta vez el día 10 del presente año, la democracia quedó sepultada, por ahora. En esta oportunidad le correspondió echarle la última carretilla de arena, al Tribunal Supremo de Justicia. Pronosticamos que, por el camino que vamos, restablecer la democracia será más difícil que comprar el Sol por Internet.
#Opinión: Alfa y Omega de la democracia Por: Antonio Urdaneta Aguirre
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