Votamos, luchemos

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Votamos, luchemos

Antonio Sánchez García

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Confieso no haber creído jamás que la barbarie que ha asaltado el poder en mala hora fuera a dejarlo de buenas maneras. Respetando una institucionalidad y unas maneras que violan sistemáticamente porque los consideran precisamente el meollo del sistema que pretenden destruir, erradicar y reemplazar de raíz.
Esa firme creencia de que los asaltantes no soltarían su presa, como un chacal no suelta su carroña, se ha basado en mi conocimiento de la teoría y la práctica marxista-leninista, monstruo que conozco en sus entrañas por teoría y por práctica. La enseñanza de tal experiencia es muy simple: al capitalismo se le destruye. No importa el precio. Y sobre sus ruinas se construye el socialismo. Así cueste millones y millones de asesinatos.
“Capitalismo” es el signo categorial del demonio, como el 666 su cifra cabalística. Todo entendimiento no sólo es imposible, sino profundamente contraproducente. A los capitalistas se los fusila. Si fuera necesario, por millones, como esos 20 millones de seres humanos que fueron asesinados por orden de Lenin y Stalin entre 1918 y 1953 por el sólo pecado de existir y no andar proclamando a gritos que Lenin y Stalin eran los nuevos dioses encarnados.
Obviamente: ni en las vastedades del imperio soviético había veinte millones de capitalistas, ni los había en China o en Cuba, donde se pasó por las armas o se asesinó mediante las hambrunas y los confinamientos en condiciones mortales a pueblos enteros. Ni se estaba destruyendo una entidad alegórica llamada capitalismo. Capitalismo era – y sigue siendo – el nombre de la sociedad construida por el hombre en sus milenios de historia. Es lo que es, lo que existe y nos constituye: una cultura, un lenguaje, unos usos y costumbres, unas tradiciones que nos humanizan y que, en el mejor de los casos – no en todos – han dado por resultado político un sistema de gobierno llamado democracia.
Siendo el comunismo no más, ni menos, que la tiranía en que se fortifica la barbarie, llevada de la mano por la llamada “vanguardia”, unos asaltantes de caminos que, amparados en una coartada filosófica inventado por unos alemanes a mediados del siglo XIX, reciclando delirantes anhelos utópicos tan viejos como la historia misma, se hacen con todos los instrumentos del poder político, militar, social, jurídico y económico para montar su reinado y su imperio. Todos los cuales, como lo ha demostrado la historia del siglo XX y parte de la ya transcurrida del siglo XXI, terminan en el más profundo, devastador y criminal fracaso.
Ese delirio, esa locura, ese criminal empeño, seguramente alimentado por rencores, frustraciones y odios calenturientos alimentados por una trágica infancia y patéticos desamores, fue el principal motor del desaforado Hugo Chávez. Que se aferró a lo único que permitiría disfrazar sus ansias de venganza contra la sociedad con propósitos supuestamente altruistas y humanitarios, vale decir políticos: el comunismo, personificado en un sosías que además de cojear de sus mismas taras congénitas le servía de padre sustitutivo, dada la mordiente mediocridad del suyo propio. Tras suyos dos complejos, ya tratados en otros tiranos como Stalin: el de la santa puta y el del monarca absoluto.
Como Chávez usó la democracia para asfixiarla, luego de apoderarse de todos sus instrumentos y corromper hasta la médula a las fuerzas armadas, última válvula de seguridad del sistema, montó su parapeto seudo democrático que nada ni nadie le arrebataría. Ni por la razón, ni por la fuerza. Y consciente de su muerte inminente le entregó la herencia a sus protegidos cubanos, con quienes acordó dejar su aparente control político en un heredero acordado de consuno con los Castro. Muerto, víctima de sus propios desafueros, ese parapeto es esta democracia ilegítima presidida gracias a un descomunal fraude por un heredero tan ilegítimo como esta democracia misma.
Se vota, no se elige. Esas son las razones que me han convencido de que este régimen intrínseca, esencialmente dictatorial y fraudulento no será desalojado sino mediante una movilización popular que combine todos los medios legítimos de lucha. Llamé a votar y luchar. Votamos y ganamos. Ante el engaño, movilización y lucha. Es lo que nos espera.

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