Doble Titanic

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Doble discurso. Doble mentira. Doble moral. Desde hace catorce años nos han atapuzado de cuentos, cuentos y más cuentos. En cadena nacional, sin aviso, protesto o tregua. Los golpistas del 4 de febrero y del 27 de noviembre acusan a cualquier adversario de ser lo que ellos fueron. Nadie habla de los asesinados durante aquellas intentonas. Son como los muertos de las películas de Rambo, Terminator o cualquiera de esas fantasías violentas, a quienes nunca les aparecen deudos. Como si sus vidas no hubieran tenido sentido. Como si sus muertes no importaran. Para la “revolución” –que se llena el buche hablando de “igualdad”- hay muertos menos iguales que otros y lo hacen ver con el mayor desparpajo, caradura y desvergüenza.

Los rojos se rasgan las vestiduras cual fariseos, pero selectivamente. Porque para ellos no todas las injusticias son injusticias, no todos los crímenes son crímenes, no toda desgracia es una desgracia. Para que una injusticia, un crimen o una desgracia califiquen como tales deben sucederle a un militante del régimen.

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Desde el gobierno, implacablemente, se acusa a la oposición de hacer todo lo malo que ellos hacen. Mienten, pero los mentirosos somos nosotros. Roban, pero los ladrones no son ellos. Instigan y pagan por la violencia, pero los violentos están de este lado. Acosan, pero la culpa es de los acosados. Un “espontáneo” va a la cárcel, pero liberan a presos de alta peligrosidad. Niegan medidas humanitarias a Iván Simonovis, víctima de un juicio plagado de irregularidades. Reprimen a estudiantes, los perdigonean, los apresan, privan de libertad sin que mida juicio de por medio cuando la orden “viene de arriba”, como le sucedió a la juez Afiuni. Mientras escribo estas líneas me entero de que el general Antonio Rivero ha sido detenido.

Ser partidario del gobierno es una patente de corso para atropellar, vejar, delinquir. Por supuesto, no pretendo decir que todos los partidarios del gobierno atropellen, vejen o delincan, pero quienes lo hacen “cuentan con la vida aunque sean culpables”…

Chávez era un artista del maniqueísmo. Aunque nunca me gustó ni creí en él, reconozco que su capacidad comunicacional era fuera de serie, razón por la que tratar de imitarlo (cuando se imita en serio) resulta una burdísima versión del original. Pero Nicolás Maduro no lo entiende. Habla y se encadena, se encadena y habla y no se da cuenta de que cada vez que abre la boca pierde más seguidores, aunque prometa, regale, intimide o amenace. Una tragedia para cualquier político, más para quien aspira a gobernar un país dividido (en dos mitades, aclaro) y como consecuencia de su torpeza, hay una “mitad” verdaderamente mayoritaria, ésa que quiere que haya auditoría de los votos. El último “tracking” que vi arroja que si las elecciones fueran hoy, Henrique Capriles arrasaría con más del 70% de los votos.

Los desaciertos de Nicolás Maduro van in crescendo y sus partidarios lucen nerviosos. No le ha resultado suficiente –como se imaginó- tratar de emular al fallecido presidente. Emilio Lovera es infinitamente mejor imitando a Chávez. Tampoco le ha servido tampoco nombrarlo un minuto sí y otro también. La gente siente que no tiene nada nuevo que decir. Cada vez se evidencia de manera patente que Maduro no es Chávez. La devoción del pueblo chavista va en picada y la popularidad de Maduro –inflada por la pena del fallecimiento del presidente- va en caída libre. Porque aunque diga que Chávez vive y que la lucha sigue, lo que se percibe cada vez más es que el presidente Chávez está muerto.

La semana pasada estuve en Barquisimeto. En amena conversa con el brillante siquiatra Edgar Benítez, comentamos que el gobierno está como el Titanic, el barco que decían que “ni Dios lo hundía”. Maduro y su combo, como los músicos del tristemente famoso navío, siguen tocando mientras su hunden. Ya la proa se hundió y la popa está elevada. Doble discurso. Doble mentira. Doble moral. Doble Titanic: está buscando otro iceberg para volver a chocar…

@cjaimesb

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