Caminito que un día: Primera visita de Morillo a Barquisimeto (4)

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En 1818 Barquisimeto es un remanso de paz y lealtad al Rey de España.
Morillo le envía al ministro de guerra una correspondencia especial, fechada el 22 de julio, para dar respuesta a la que el Ministro le había enviado fechada en Madrid el 22 de febrero. En ella procura aclarar, una vez más, las condiciones reales del proceso bélico que se desarrolla en Venezuela.
De “malcontentos” califica a quienes acusan al Ejército que él manda, de cometer “vejaciones y excesos en los pueblos, y que se halla corrompida la disciplina, en términos que se han degradado del concepto y buena opinión que se habían granjeado sus individuos en la Francia por su moderación”.
Considera que si se refieren a las tropas “que en años de 1811 y 12 salieron de la Península, compuesta casi todas de gente sacadas de los presidios, acostumbradas a vivir como guerrilleros…” él les daría la razón pero no acepta que tales acusaciones se le hagan al Ejército Expedicionario de Tierrafirme.
Escribe: “he sido inexorable en el castigo de todos los delitos que han llegado a mi noticia, imponiendo a algunos hasta el último suplicio para contener el rigor de la disciplina” calificando de error que los coroneles escojan los soldados que han de venir a América que por lo general “son los más malos y perversos”, requiriéndose la mejor gente tanto por su valor como por su honradez, “pues aquí hacemos –dice- la guerra al enemigo más bien con la opinión que con las armas”.
Le informa al ministro, cómo se dirigen las tropas: “toda partida camina con un ejemplar de la instrucción que acompaño, y a su llegada al Cuartel General se le toma una formal residencia de su conducta en el tránsito, y es mortificado o castigado el jefe si ha dado motivo para ello”.
Una residencia consistía en conocer la conducta de un individuo con base a las informaciones, negativas o favorables, aportadas por quienes pudieron haber sido agraviados o favorecidos por la persona cuya conducta se investiga. Reconoce, sin embargo, que por las carencias del Ejército “se ve precisado a pedir el sustento necesario a los pueblos del tránsito y sus inmediaciones para no morir de hambre, cuyo recargo lo sufren con gusto aquellos que son fieles y amantes del Rey…”, pero lógicamente “demuestran el mayor disgusto los egoístas y, los que habiendo seguido el partido de la revolución y sofocando todavía en su seno las mismas ideas, sólo viven entre nosotros a favor del real indulto, por no perder sus bienes”.
Reconoce que la mayoría, se reciente de estas prácticas del Ejército:
“El número de éstos, Excmo. Sr., es mayor de lo que se cree en esa Corte, en donde sus partidarios se valen de todos los ardides posibles para desconceptuar a los jefes y a los soldados de un ejército que les ha arrancado la presa que suponían tan segura, y cuya posesión contaban tan duradera, que sobre ella han contraído obligaciones y deudas que ya no pueden pagar”.
Escribe que el Ejército apenas si se ha mantenido “de la carne que cogían en los puntos de tránsito, con la diligencia de los individuos del mismo ejército destinados al intento…”
Los oficiales no tenían como lavar su ropa, los soldados marchaban descalzos, llenando los hospitales de enfermos; desnudez y hambre han tenido durante dos años “sin esperanza de mejorar de suerte” y no obstante, dice, se ha notado “la misma constancia heróica española, el mismo sufrimiento y la misma obediencia, que en circunstancias tan críticas sólo pueden ser efecto de la más rigurosa disciplina”.
Denuncia a los egoístas que “escatiman un pedazo de pan al militar más benemérito… mientras ellos tranquilos en las ciudades y poblaciones, disfrutan de todas las comodidades de la sociedad, quejándose altamente del más mínimo desfalco que sientan en sus intereses por la subsistencia del Ejército”, y quizás preferirían “el que se pierda y aumenten los recursos de nuestros enemigos”.
Pide que se le informe al Rey para desimpresionarlo “del sinietro concepto”, “los criminales clamores de los egoístas”, las quejas imprudentes que sirven “a las miras revolucionarias de nuestros enemigos ocultos”.
Del 28 de octubre es la desconsoladora respuesta de Eguía: “…quiere S.M. que V.E. en tan críticas circunstancias y en las apuradas en que V.E. se encuentra, desplegue su celo, talento y conocimiento bien acreditados, tomando las providencias que crea oportunas para contener en cuanto esté de su parte los progresos de los insurgentes, y escarmentar a los extranjeros que los ayudan”.
Algo así como “arréglatelas como puedas”.

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