Por el bien del mundo

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Por el bien del mundo, haya paz e impere el diálogo. No me interesan las armas, sólo las almas. Las que sufren y las que no sufren. Para todas pido la calma. Confieso que me duele la desesperación de la gente. Puede que nos desborden mil preocupaciones. El desaliento es lo peor, significa que no vives. O que no te dejan vivir. Fuera espíritus guerreros, aunque tengamos motivos para ello. Sería como envolvernos en una espiral de venganza que nada resuelve y que genera más desmoralización. Tenemos que tener otra expresión de encuentro. También con los violentos. El uso de la fuerza no pone orden, de ahí que sólo tenga sentido ejercerlo en defensa propia, seamos personas de paz y como tales actuemos, poniendo el deseo del entendimiento como punto de partida.

No es que pida que permanezcamos callados ante las barbaries, pero no respondamos con otras barbaries, porque generará más sufrimiento innecesario. La humanidad tiene necesidad de sentirse amada, construyamos otros horizontes, organicemos hermanamientos, inventemos una justicia más perfecta, levantemos menos muros sobre el camino de la vida. No me vale un mundo adormecido, pero tampoco un mundo violento.

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Desde luego; se prohíbe, prohibir nada.  Sería como despertar el deseo para bien o para mal. Sólo hacen falta educadores que sepan templarnos interiormente. Hay mucho que construir. Activemos el ingenio y la tolerancia. Eduquemos para la vida en comunidad. Pongamos en valor una cultura del perdón. Y situémonos todos juntos en el lenguaje del olvido, si esto es preciso para reconciliarnos. Es saludable empezar de cero. Nada de reproches. Son los pasos de la sabiduría.

Son las experiencias consigo mismo, las que nos alientan hacia otros universos más poéticos, o si quieren más transcendentes, en la medida que se activa el compromiso de ser un obrero incansable en favor del sosiego y un valiente defensor de la dignidad de toda criatura humana.

En cualquier caso, el ser humano razonable se adapta al mundo y, adopta para sí, un camino de esperanza. O lo que es lo mismo, un camino de paz. Por desgracia para todos, seguimos obstinados en pagar un mal con otro mal. Son las huellas de la necedad. La gente de todos los continentes está ocupada en mil batallas inútiles, en peleas absurdas, en contiendas que lo único que hacen es crisparnos aún más, y no ver luz. En multitud de naciones los derechos humanos nada importan. Voces internacionales y movimientos críticos son silenciados. Hay que escucharles. Y tenemos que hablar por nuestro bien.

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Ya lo dijo Machado, el poeta que suele inscribirse en el movimiento literario denominado Modernismo, tras el vivir y el soñar está lo que más importa: el despertar.

Insisto, por el bien del mundo, abramos los ojos, sepamos mirar y ver. La guerra es una enfermedad que nos vuelve estúpidos y rencorosos. Sin embargo la paz, aunque es exigente, porque hace falta trabajar mucho por la justicia (con la razón y jamás con las armas), nos eleva a un orbe más auténtico, que nos hace sentirnos mejores.

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