Bolivarismo y bolivarianos en Venezuela

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Son dos vocablos de uso continuo en Venezuela, donde se utilizan casi por igual. Ambos, están directamente ligados a la vida y obra del Libertador. Aun cuando no guardan diferencias semánticas, entre sí, poseen un carácter especial, que los separa y distingue en el ámbito de su aplicación, bolivarismo, es el nombre original, que por tradición y costumbre, se asigna, intrínsecamente, al ideario de Juan Vicente González, pensador, humanista y maestro, creador de una mística y una doctrina, para tributar, imperecederamente, alabanzas y honores al Libertador, taumaturgo de la palabra, llevaba encendida en el espíritu, una lámpara en desagravio a los manes del Libertador, en la época nefanda de su extrañamiento del país.
bolivariano, en expresión común y corriente, no limitado por afecto personal, alude a toda otra relación con el Libertador, de manera individual o colectiva y a todo cuento se asigne su nombre (eponomía) para exaltar su vida, su ejemplo, su lección, su obra, su legado y su memoria, con fines permanentes o transitorios de interés común.
Un hecho providencial dio origen a esta fervorosa adhesión que Juan Vicente González, tributó durante toda su vida al Libertador. En clausulas de oro, su eminencia el Cardenal Quintero, pronuncio un discurso, del cual tomamos este expresivo párrafo: “Cuando llegasteis (Bolívar) a las puertas de la capilla donde se celebró aquel acto, vuestras miradas se clavaron en un jovencito de 17 años que estaba allí y que temblaba de emoción a vuestra presencia. Con gesto paternal, palmeasteis levemente su pálida mejilla. Esa leve palmada, como la de los Obispos en el Sacramento de la Confirmación, tuvo una virtud secreta trascendente: desde ese segundo aquel joven se convirtió en ardoroso admirador vuestro y en un patriota sin par”. (José Humberto, Cardenal Quintero, Discursos, 1924–1.972, pág. 526).
Cuando, años después, la ingratitud actuando en contubernio con la infamia, convocó lo ignominioso de los hados malignos, que expulsaron al Libertador del sagrado suelo de la patria, fue ese joven quien, valientemente, salió en defensa de Bolívar y al celebrarse su onomástico, no cesó en proclamar su excelso nombre desde las columnas de la prensa y como sagrado compromiso, legó este férvido voto de su corazón: “Cada año llevaré una guirnalda sobre tu tumba”.
Como vinculo indeclinable que nos integra e identifica en común emoción de patria, sentó esta sentencia fulgurante: “El amor a Bolívar forma parte esencial del sentimiento de nacionalidad y no se concibe que pueda serse hijo de Venezuela sin ser boliviano”. Como testimonio que nos bajó del cielo, por ese gesto episcopal del Libertador, cuando los venezolanos venimos al mundo, gozamos del privilegio, que tuvo Juan Vicente González de confirmados en la patria. Es en el espíritu donde la patria se integra y se realiza.
No desechaba el Libertador, como bien lo demuestra en su Mensaje al Congreso de Angostura y otros documentos públicos, asignar a los relevantes factores étnicos y geográficos, la influencia que las ciencias contemporáneas señalan a la evolución de las sociedades. Pero, algún indicio nos lleva a presumir que Bolívar, no era partidario de la idea, como lo asomó cierta tentativa díscola, de digitalizar la efigie bolivariana, hacerle una nueva cara, con perfil negroide. No solamente, era manejar supuestos encontrados, sino desplazar juicios y razones de confiables argumentos. En el Mensaje de Angostura sostiene: El venezolano de hoy no es el español, ni el indio y sienta esta comedida afirmación: “Es imposible asignar con propiedad a que familia humana pertenecemos” (Mensaje al Congreso de Angostura).
Para que permanezca tranquilo el Libertador en el sepulcro, nada más repetimos detesto permanente, al malhadado impromptus, de otorgar la réplica de la espada del Libertador y la Condecoración de la Orden homónima, a dictadores, genocidas y reos de lesa patria, que ya su verbo y justicia habían fustigado con rigor: “La clemencia con los criminales es un ataque a la virtud” (Bolívar, Carta a Estanislao Vergara, Quito, 22 de abril de 1829).
Agravio doble sobornar la historia.

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