Leo Garcés: El sabor de Barquisimeto

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De voz serena e historias interesantes, cabello rebelde y mirada profunda. De conversa fluida y buenas respuestas, anécdotas valiosas y comienzos inusuales. De reconocida trayectoria y aplaudidos logros, apellido sonoro y buena educación. De Venezuela, Lara y Barquisimeto. De Colinas de Santa Rosa y de los Garcés de toda la vida. De planes alucinantes e ideas geniales, proyectos atractivos y sueños que valen la pena. De nosotros y del mundo, de posadas y cocinas.

Autodidacta, práctico e ingenioso, amante de lo nuestro y fiel a los sabores de su tierra. Tan de por estos lares como el queso de cabra y el suerito e´ tapara. Con más gusto que un buen cocuy de penca y más sazón que una abuela. Simpático pero parco, relajado pero con las pilas puestas. Tostadito y de rasgos que confirman las maravillas del mestizaje. Trabajador y cocinero, anfitrión y posadero. Hijo del doctor Porfirio y doña Maigualida, hermano de Pocho y de Toño.

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Así es Leo, como le dicen los panas, un barquisimetano de pura cepa que se atrevió a confesarnos, entre timidez y honestidad, que sus recuerdos llevan los colores del crepúsculo, que salir en bicicleta “empandillado y echando broma” era sinónimo de vacaciones y que un asado negro fue su debut. Que en su nevera es impelable el limón y que prefiere los alimentos crudos. Que podría cambiar su mano derecha por una paleta y que los productos locales son su mayor inspiración. Que de seguro enamoraría con estofado de cordero y torta de coco y que hace tiempo decidió democratizar el uso del picante.

Desde el principio…

Hace 15 años, tomó la decisión que le cambiaría definitivamente la vida, esa que lo convertiría en quien hoy es, que develaría ante sus ojos el misterio del futuro y que llenaría su entorno de ingenio y sabor, despertando su creatividad y poniendo a prueba sus talentos. En un principio, no era más que una oportunidad de trabajo, pero al poco tiempo, lo que comenzó como una responsabilidad terminó prometiéndole el mejor de los porvenires.

“Todo comenzó cuando mi papá decidió abrir una posada llamada Valetico y le asignó a cada uno de sus hijos tareas específicas. A mí me correspondía el área de construcción, mientras que mi hermano Toño se fue a México a estudiar cocina formalmente para encargarse de los fogones, pero resulta que cuando regresó, decidió irse a Europa y fue a partir de ese momento que me di cuenta que gracias a él yo me había empezado a sensibilizar con la gastronomía y fue entonces cuando decidí aprender y enfrentar la parte culinaria de    la posada”.

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Como es de imaginarse, al principio se dejó deslumbrar por la gastronomía internacional, hasta que después de muchos años como autodidacta, ensayos y errores, tropiezos y aciertos, investigación y lectura, conoció a Víctor Moreno, quien lo invitó a participar en un curso del CEGA, el cual le sirvió para pulir técnicas, reafirmar su verdadera vocación y descubrir que su camino sería la cocina venezolana y, sobre todo, la local.

Una vez interno en ese mundo, se topó de frente con “Slow Food”, un movimiento que se apoderó de sus sentidos y le enseñó a reavivar el disfrute de la cocina hecha con cariño y paciencia. Luego, se hizo miembro de “Terra Madre”, proyecto que aplaude e impulsa la producción local, para finalmente, entregarle su corazón al plan “Kilómetro 0”, el cual proponía utilizar ingredientes cultivados en las cercanías y dejar de lado los congelados.

Entre planes y proyectos

Valetico fue su escuela, pero una vez probadas las mieles del mundo de las posadas, Leo decidió independizarse y fundar La Salamandra, su propio espacio, el lugar donde los huéspedes se sentirían como en casa y donde cocinaría a sus anchas. Donde atendería a extraños y conocidos como amigos de toda la vida y en el que se fusionaría la cocina, la música y la artesanía. Donde se pondrían en práctica los verdaderos conceptos de esos tres movimientos que tanto le interesaban y donde la atención personalizada sería ley de vida.

Luego, participó en infinidad de eventos de la mano de Destilerías Unidas, Bodegas Pomar y reconocidos chef de la movida gastronómica del país, formó parte del selecto grupo de cocineros que repartieron por doquier los sabores de Lara e hizo dos programas de televisión que batieron récords de sintonía, uno llamado “La Nueva Cocina de Siempre” y el otro “Cocinando con lo nuestro”, con la intención, en ambos casos, de resaltar la producción nacional y resucitar nuestros sabores.

Actualmente, está dedicado en cuerpo y alma a Valetico, pues sueña con convertir aquella posada familiar en un sitio para la enseñanza de la gastronomía, una suerte de campamento culinario en el que los participantes tendrán la oportunidad de pasar un rato agradable, conocer el huerto, cocinar con él y su hermano Pocho, pasar la noche en medio de delicias e historias o, incluso, alquilarlo para eventos en los que la comida sea el eje central.

El sentir de un barquisimetano

Barquisimeto en 3 palabras

Belleza, cordialidad y amor

Guaros inolvidables

Amábilis Cordero y Juan

Ramón Barrios

¿Con qué color identificas a

la ciudad?

Con el naranja

¿Un sabor característico de Barquisimeto?

El de las catalinas

¿Un paisaje memorable de estas tierras?

La vista desde El Manzano

¿Qué le sobra a Barquisimeto?

Gente buena y valiosa, con calidad de exportación

¿Qué le regalarías en su aniversario?

Un sistema de ciclovías, muchos parques y áreas verdes

¿Qué le prepararías para festejar su cumpleaños?

Un lomo prensado con pata e´ grillo, aguacate, caraotas, suero y queso de cabra

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“No me gusta mucho el término Gourmet, yo prefiero llamarla Comida Atractiva, que seduzca a la vista y enamore a la boca. Tampoco estoy muy de acuerdo con decirnos Chef, para mí somos cocineros”

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“Anhelo que le demos más valor a lo nuestro que a lo importado, para así evitar que los productores locales desaparezcan y lograr platos con verdadero sello venezolano”

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“Estoy convencido de que un buen cocinero debe comer mucho, tener memoria amplia y gran educación gustativa”

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