La Amazonía alucinada del colombiano Ciro Guerra cautivó en Cannes

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Un viaje iniciático por la avasallante selva amazónica y el choque de civilizaciones que genera atrapan al espectador en «El abrazo de la serpiente» del colombiano Ciro Guerra, uno de los filmes más aplaudidos en el Festival de Cannes.

Rodada en blanco y negro en la jungla de Vaupés, en el sureste de Colombia, la película de este realizador de 34 años («Los viajes del viento», 2009) fue estrenada este viernes en la sección paralela Quincena de Realizadores, fuera de la competencia por la Palma de Oro.

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Inspirada en los diarios de viaje de los primeros exploradores de la Amazonía colombiana a principios del siglo XX –el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg y años después el biólogo norteamericano Richard Evan Schultes–, relata su encuentro con Karamakate, un chamán amazónico interpretado por los indígenas Nilbio Torres en sus años jóvenes y Antonio Bolívar en la madurez.

En la historia del cine hubo películas legendarias sobre la selva amazónica, como «Aguirre, la ira de Dios» o «Fitzcarraldo» de Werner Herzog, pero siempre contadas desde el punto de vista del hombre occidental.

«Yo quería emprender un viaje a lo desconocido, y realmente para mí lo desconocido era la Amazonía colombiana porque es la mitad de Colombia pero hemos crecido completamente de espaldas a ella», dijo Ciro Guerra en entrevista con AFP. «No sabemos nada, ni de las culturas que hay allí, ni de la gente que la habita».

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Un grial alucinógeno

La película de 125 minutos es un viaje iniciático para los exploradores –y para el espectador–, que entran en contacto con este hombre versado en los secretos de la selva y la vida en armonía con la naturaleza, aunque muchos años de soledad lo convirtieron en «chullachaqui», es decir su doble, un ser humano vacío de recuerdos y emociones porque quedó cortado de su propia civilización.

Su vida es trastornada por la llegada de Evans (Brionne Davis), el botánico norteamericano a la búsqueda de la «yakruna», una planta sagrada alucinógena –imaginaria– que tiene la virtud de hacer soñar. En el periplo se invierten los papeles y el indígena pasa de ser objeto de estudio de los occidentales a ser quien les abre las puertas de un nuevo conocimiento.

Presente y pasado se confunden en la búsqueda de aquel grial amazónico, que evoca la del norteamericano Schultes, llegado tras los pasos, décadas después, de su predecesor alemán que interpreta el actor belga Jan Bijvoet.

Los escritos de Schultes «se convirtieron en culto de la generación beat, de toda la psicodelia y bandas de la contracultura y los movimientos ecologistas», recuerda Guerra. El éxtasis alucinógeno cumple un papel clave en la película pero según Guerra no debe ser tomado demasiado a la ligera.

«Para los indígenas –explica–, las plantas y el poder que tienen es parte para ellos de una dimensión religiosa y debe ser tomada con esa seriedad y esa solemnidad, el uso recreativo de las drogas son aberraciones del consumo».

El arte y lo sagrado

La película tiene momentos sublimes, tomas espectaculares como la experiencia de comunión sobre unas montañas peladas que dominan la selva, o la perpleja escucha por el chamán de «La Creación» de Joseph Haydn en el fonógrafo del explorador. La escena, explica Guerra, «subraya que el arte es un camino y aunque en nuestra sociedad lo veamos como un entretenimiento, es algo mucho más profundo. Los indígenas lo reconocen muy bien y el arte occidental les genera mucho respeto, porque sienten que allí, también, hay una voz».

El filme es además una historia de amistad viril, lealtades y traiciones entre hombres de civilizaciones muy alejadas, confrontados a los desafíos de la vida en la selva donde el papel de las mujeres es meramente reproductivo.

Rinde homenaje además al trabajo de documentación de los dos exploradores que inspiraron a los personajes, cuyas fotografías se conservan hasta el día de hoy como precioso testimonio de una Amazonía que en realidad ya no existe, destruida por la codicia del ser humano.

«Primero fue la quina, luego el caucho, la coca y hoy en la minería, siempre hay algo que vienen a buscar», acota Ciro Guerra. Su filme denuncia al pasar los estragos de la evangelización cristiana y los sincretismos aberrantes que a menudo generó su contacto con la cultura indígena.

La película tal vez fascine porque encierra un mensaje audible en el mundo superpoblado actual, en el que, según las propias palabras del cineasta «si uno no cuida a su ambiente uno puede terminar como un ser vacío. El conocimiento amazónico le habla muy profundamente a la gente de hoy en día».

«Siento que ‘El abrazo de la serpiente’ es una película única», admite el joven director. «No puedo entender de dónde vino y no creo que pueda hacer nada parecido después, siento que es el público quien la va a desentrañar, porque es muy especial».

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