Siempre se ha dicho que el hombre, al recorrer los caminos de su existencia, va adquiriendo herramientas que le ayudan a superar los retos que se le presentan. El refrán según el cual, “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”, nos aproxima a esta creencia. Lo cierto es que, entre las cosas que el hombre necesita aprender en la vida, está el sentido de la oportunidad, entendido como una destreza que le permite intuir el momento preciso para hacer y decir las cosas, atendiendo a la realidad que lo circunda, evitando así que sus congéneres le reclamen constantemente, el estar, como dicen por ahí, “miando fuera del perol”. Por ejemplo, llegar exudando alegría a una funeraria, y luego decir, a todo pulmón: -¡Buenas noooches!, cómo están todos por aquí?-, puede demostrar cortesía, pero está fuera de lugar. Es como nombrar la soga en la casa del ahorcado, pues. Pero, si en el plano social, la falta de sentido de oportunidad es, al menos, incómoda, en el ámbito político adquiere tonalidades de pecado capital. Así, luce desubicado quien, hoy, cuando la democracia venezolana se bate en terrible duelo contra el despotismo militar rojo, se salga de la unidad, con la excusa de que lo hace para combatir la división. -¡Exijo una explicación!- le diría cierto personaje de historieta.
Otra conducta tremendamente inoportuna, en ese mismo ámbito, la tenemos en el tour de Maduro, por Vietnam y China. En efecto, sabemos que Venezuela está pasando por una demoledora crisis, que afecta todos los órdenes de la vida nacional. Escasez de productos básicos para la alimentación y la salud, inflación que envilece, día a día, el aporreado salario de los trabajadores, un angustiante clima de inseguridad y, para colmo, el alto grado de tensión que afecta las relaciones con el hermano país de Colombia, debido al abrupto cierre de una parte de la frontera común entre ambas naciones, con toda la secuela de deportaciones y reclamos que ello ha implicado. Ante este dantesco panorama, cualquier país civilizado hubiera merecido que, quien gobierna, usara sus mejores dotes de estadista para tomar el timón del Estado y conducirlo, con prudencia, en medio de la tempestad, hasta llevarlo a puerto seguro, que no es otro que el de la paz, la prosperidad y la cooperación. En nuestro caso, Maduro, quien de estadista sólo tiene, el estado de ineptitud en que vive, no encontró mejor idea que ofrecerle “lo suyo” a al ex presidente Uribe, y ofender a más no poder. al presidente Santos, para luego, picar cabos, e irse a disfrutar de los paisajes chinos y vietnamitas. ¡Necesitamos apoyarnos en la región ciática!, habría dicho a sus adulantes, antes de partir. ¿Será que se cree el Gulliver caribeño, viajando a lugares fantásticos?. Es posible. Pero es un gobernante tan mediocre, que su sola visita quizás haga que los enanitos de Lilliput, en protesta, les de por crecer.
Claro, sabemos que la corrupción y el despilfarro del cenáculo cabello-madurista, han secado las ubres del erario público venezolano y, por tanto, el gobierno necesita desesperadamente, recursos para calmar la voracidad del abismo sin fondo en que se ha convertido este régimen. Ahora, por mucho dinero que el turista presidente “obrero” logre sacarle a chinos y vietnamitas, estamos seguros que nunca encontrará dinero suficiente para impedir la gran victoria popular que los venezolanos, a través de la MUD, lograremos el próximo 6D. El cambio viene… ¡Anótenlo ahí!
