Pensar – La comunicación humana en la sociedad del conocimiento (VI)

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La única soledad que prima hoy es la de poder estar junto a mi computador. Con el hago todo, puedo chatear, conectarme con gente nueva, y lo más importante puedo desconectarme cuando se me venga en gana. Ya no hay pena o excusa, “me tengo que ir, estoy ocupado”, aunque estés cansado o aburrido de la relación. Comienza y termina cuando yo digo.

El encuentro con una persona viva requiere de habilidades sociales de las que uno puede carecer o que pueden resultar inadecuadas, y entablar un diálogo siempre implica exponerse a lo desconocido. Es tan reconfortante saber que es la palma de mi mano y de nadie más la que sostiene el mouse, que mi dedo y sólo mi dedo es el que descansa sobre el botón, que nunca más una imprevista mueca de mi cara, o apenas el asomo de una expresión de deseo, dejará traslucir frente a nuestro interlocutor pensamientos o intenciones que no estábamos dispuestos a revelar. (Bauman, 2008: 203).

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Hoy como nunca antes estamos frente la exaltación de lo comunicacional como eje central de las sociedad. Todo se desarrolla en la comunicación: economía, política, cultura, ocio, lo público y lo privado. Pero en todas estas relaciones comunicativas, que se nos presentan como asépticas y neutrales, están dominadas por relaciones de poder. Para Lipovetsky la sociedad contemporánea sustituye “el acto social por el acto comunicativo”, yo preferiría referirme al acto conectivo.
La mediación comunicativa, entendida como dinámica social, cognitiva y estructural, articula la producción de “marcas de referencia” y modelos de representación de la realidad, y la institucionalización de determinados modos estructurados (y estructurantes) de comunicabilidad social. La mediación comunicativa, por tanto, debe ser comprendida en el entorno más amplio de los procesos generales de mediación social. Es decir, desde una complementariedad y convergencia entre la mediación social y la producción social de comunicación, entendiendo a los media no solo como instituciones reproductoras, sino también productoras del orden social (Bacallao, 2009: P. 44).

Frente a las viejas deficiencias de las ciencias sociales, unas ciencias sociales débiles, que no han podido ir al tiempo de los cambios globales, ante sus carencias teóricas, los comunicadores, los “opinologos” han venido ocupando su lugar. Para Álvaro Cuadra la extinción de los intelectuales ha generado un vacío que es llenado a diario por los medios de comunicación. Son ellos los encargados no sólo de regular el registro y el tono de los grandes temas sino de proponer a su público hipermasivo el repertorio de tópicos que merece nuestra atención. El lugar de la convicción que alguna vez ocupó el docto intelectual ha sido barrido del imaginario contemporáneo por el lugar de la seducción propio del comentarista u “opinólogo”.

Cuando algún intelectual entra al mundo mediático, lo hace al precio de travestirse en una figura televisiva, sea como comentarista u opinólogo. El siglo XXI es el siglo del bullicio, vivimos la saturación de imágenes y sonidos, nuestras metrópolis están inundadas de mercancías, ruido, luces y pancartas digitales. Pero, paradojalmente, éste es el tiempo en que las ideas radicalmente nuevas y creativas se han tornado más escasas que nunca. En ese sentido, este es también un tiempo de censuras y silencios. (Ídem) Continuará…

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Pedro Rodríguez Rojas ([email protected])

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